El antifaz de la justicia
VICTOR Hugo escribió que es fácil ser bueno, lo difícil es ser justo. Los tiempos que nos toca vivir no son especialmente bondadosos, pero a menudo nos descorazona casi más que no sean suficientemente justos. Las redes sociales sacan con demasiada frecuencia lo peor de nosotros mismos por la inmediatez de la reacción que permite la sociedad digital, pero, lo que es más grave, nos convierten a todos en jueces sin toga dispuestos a condenar sin atender a razones. De todos modos, el mundo real no se nos antoja mucho más justo, sobre todo cuando comprobamos que los casos se eternizan, los poderosos se van de rositas o la política interfiere en la justicia. En demasiadas ocasiones el ciudadano tiene la sensación de que no es opaco el antifaz que enmascara a la dama con que se representa a la justicia, ni las balanzas tienen el fiel en el centro, ni la espada en que se apoya es de doble filo. Y esa impresión acaba por confundir a los ciudadanos y desmoralizar a la sociedad. La primera justicia es la conciencia, advirtió en su día el autor de Los miserables. Las declaraciones del ministro de Justicia, Rafael Catalá, manifestando que la imputación del presidente de la Generalitat no se produjo antes para no interferir en las elecciones del pasado día 27, son de estas explicaciones que chirrían en el oído. No fue una buena idea no haber solucionado la consulta del 9-N en el terreno de lo político para que acabara convertida en materia de los tribunales. Pero no resulta estético que el Gobierno revele que ha situado la citación a Artur Mas en función del calendario electoral –aunque sea para evitar interferencias– por aquello de la división de poderes, que es la base del Estado de derecho. La justicia, para ser justa, necesita prudencia, contención y mesura, para que no tenga nunca la tentación de sentenciar a nadie por lo que sueña en lugar de por lo que hace (Victor Hugo).