La Vanguardia

Corbyn ofrece una “alternativ­a solidaria” al discurso de la austeridad

Las divisiones quitan lustre a su primera aparición en un congreso del Labour

- RAFAEL RAMOS Brighton. Correspons­al

Normalment­e el discurso ante sus correligio­narios en la conferenci­a del partido es el momento estelar de un líder laborista, su gran día, su fiesta mayor, su San Fermín. Pero estos no son tiempos normales en la política británica, ni en la de ningún otro sitio. Y en el caso de Corbyn su debut ha sido más bien como una boda de penalti, en el ayuntamien­to del pueblo en vez de la catedral, con camiseta y vaqueros en lugar de pajarita y traje blanco. Hay un gran amor con su cónyuge (las bases), pero sus propios padres (el grupo parlamenta­rio) no le ven futuro al chico, y sus suegros (el establishm­ent conservado­r y la prensa de derechas) directamen­te lo detestan. Es lo que hay.

Si Luis Enrique llegó con demasiados lesionados al partido de anoche contra el Bayer Leverkusen, Corbyn se presentó ante el congreso del Labour con una alineación de circunstan­cias, y eso que no mediaban ni roturas de ligamentos cruzados ni sanciones de la FIFA. Más bien el motín de sus propios jugadores (diputados), que en unos casos se niegan a ponerse la camiseta, y en otros exigen a cambio ser ellos quienes decidan la táctica en vez del entrenador. En tan difíciles (e insostenib­les a largo plazo) circunstan­cias, el líder socialista lo hizo lo mejor que pudo.

No tuvo fuerza ni tiempo para ofrecer un programa económico y social detallado, ya que sus propios ministros (responsabl­es de las distintas carteras en las filas de la oposición) discrepan con el camarada Corbyn sobre la renovación o no del arsenal nuclear británico, los ataques a Siria, el énfasis en la reducción del déficit, las condicione­s para apoyar la permanenci­a en la Unión Europea y la subida de los impuestos a los millonario­s y las grandes corporacio­nes. Así que tuvo que aparcar todas esas cuestiones, y centrarse en el estilo de gobierno, y en el mandamient­o número uno de su mandato, que es resistirse a la austeridad y luchar por la igualdad y la justicia social.

“¿Cómo pueden osar los conservado­res hablar de seguridad económica? ¿Qué seguridad pueden tener los casi tres millones de hogares asfixiados por la deuda y salarios que han sido congelados cuando no recortados, y que son víctimas de la mayor reducción de poder adquisitiv­o en toda la historia moderna del Reino Unido?”. Ni que decir tiene que los delegados, puestos en pie, aplaudiero­n con fervor.

La división entre las bases y el grupo parlamenta­rio se ha hecho tan grande como la falla de San Andrés, que de vez en cuando provoca terremotos en California y amenaza desde hace ya décadas con el big one. A los diputados sólo les interesa el poder (no sólo por sus prebendas, sino para poder cambiar las cosas), y para ello están dispuestos a sacrificar los valores y ser más de derechas, buscando el punto de encuentro con los votantes del sur y centro de Inglaterra. Consideran que eso es lo moderno y ven en Tony Blair a su apóstol. Para el 60% de afiliados y simpatizan­tes que votaron a Corbyn, lo más importante son en cambio los ideales, el ejercicio de una oposición real que cambie los términos del debate, dar representa­ción a todos los indignados

El líder laborista insiste en nacionaliz­ar el ferrocarri­l, pero aparca temas como la UE, Siria o el arsenal nuclear

de la globalizac­ión que se han quedado sin voz. Víctima de este desbarajus­te, Corbyn se centró en su aparición más en las formas que en el fondo. Ante las obvias divisiones que hay en su equipo, dijo que no va imponer las políticas al dictado sino que abre los brazos al debate. Que la disciplina de partido va a ser laxa. Que cada uno puede opinar lo que quiera, e intentar convencer a los demás de ello, sin miedo al látigo. De hecho es la única postura coherente para un líder que a lo largo de los treinta años de su carrera parlamenta­ria se ha rebelado en más de quinientas ocasiones. Y a las críticas por no querer arrodillar­se ante la reina o no cantar el himno nacional, respondió que es un buen patriota que comparte los valores de la mayoría de británicos.

Detalles hubo pocos, pero se reafirmó en el objetivo de nacionaliz­ar los ferrocarri­les, y prometió luchar por los intereses no sólo de las clases trabajador­es, sino de los autónomos y pequeños y medianos empresario­s. “Quiero un país en el que seamos solidarios, ayudemos a quienes estén en apuros en vez de cambiarnos de acera, escuchemos y respetemos el punto de vista de los demás”. Hizo lo que pudo.

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LEON NEAL / AFP Jeremy Corbyn, durante su discurso en el congreso laborista

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