La Vanguardia

“País no reconocido-XXX”

La vida de los apátridas siriopales­tinos en Catalunya

- D. MARCHENA

Cuál es el gentilicio de “país no reconocido-XXX”. Eso figura en el documento de dos siriopales­tinos de Barcelona, Nadia Jabr y Mohammad Alsharqawi, refugiados por partida doble. Tienen la considerac­ión de apátridas, pero son palestinos, aunque España no lo reconozca. Como ellos dicen, ya nacieron refugiados. Sus familias, de Jaffa, al sur de Tel Aviv, fueron expulsadas en 1948 de su tierra natal por el Ejército israelí, a raíz de una de las primeras anexiones por la fuerza de las armas. Tuvieron que buscar refugio en Siria, cerca de Damasco. Allí nació, hace ahora 37 años, Mohammad Alsharqawi y la mayoría de sus seis hermanas. Allí se casó con Na-

dia. Y allí vivieron hasta que la muerte comenzó a rodearlos “por todas partes”, con motivo de la violenta represión del régimen de Bashar El Asad contra la primavera árabe. En junio del 2013, Siria dejó de ser un lugar seguro para vivir: muchos conocidos murieron acribillad­os durante las manifestac­iones. Decidieron gastarse casi todos sus ahorros en un taxi que los llevó hasta Líbano por una ruta libre de controles policiales. Lograron permisos de residencia para una semana, aunque con una cantinela que oirían muchas más veces en su camino hacia Europa: “Luego os podéis quedar de forma ilegal”.

Querían llegar a Catalunya porque Mohammad es un enamorado de esta tierra, de la que tan bien le habían hablado los amigos catalanes que conoció en Damasco. Líbano, siguiente escala: Turquía. Allí pasaron cuatro meses. Consiguier­on un permiso de residencia válido por ese periodo de tiempo y el consabido “luego os podéis quedar de forma ilegal”. Pero “por mal que se pongan las cosas, siempre se puede cruzar un ángel en tu camino”. Desde que todo comenzó, el cronista ha oído expresione­s muy parecidas a un refugiado ecuatoguin­eano (Juan Tomás Ávila Laurel), un kurdo (Gani Mirzo), dos bosnias (Dijana Delic y Šifa Suljic) y una familia siria de nueve miembros (los Al Nator). Ayer lo repitió este siriopales­tino para honrar el recuerdo de una empleada del consulado español en Estambul que les concedió visados turísticos, “a sabiendas por nuestros rostros y nuestra falta de recursos que no éramos turistas, sino personas en busca de protección internacio­nal”. Llegaron a Madrid el 9 de noviembre del 2013. Apenas sabían un par de palabras en castellano. Ahora lo hablan con una fluidez envidiable y están empeñados en hacer lo mismo con el catalán, el último peldaño que les queda para sentirse plenamente integrados. “Esta es ya nuestra tierra. Nuestra otra tierra”, dicen. El vuelo que les trajo hizo escala en Munich. “Podíamos haber pedido asilo en Alemania, pero teníamos claro que Catalunya era nuestro destino”. Hoy todo son preparativ­os para acoger a los refugiados, pero la primera voluntaria de Cruz Roja con la que hablaron Mohammad y Nadia tras abandonar el aeropuerto de Barajas ni siquiera sabía inglés. Se entendiero­n casi por señas. Acabaron en el hostal Welcome, en un polígono de Vallecas, donde permanecie­ron 20 días hasta que la

Comisión Española de Ayuda al Refugiado los envió a un piso de Sabadell, que compartier­on con otras tres personas. Pasados seis meses, el tiempo previsto de acogida, los echaron. Literalmen­te. “No sabíamos qué hacer ni dónde ir”. Tenían sólo 500 euros. Lograron que les alquilaran una minúscula habitación en Santa Coloma de Gramenet por 250 euros al mes. Cada día iban a la Escuela Oficial de Idiomas de Barcelona andando. Dos horas para ir y otras dos para volver. “Era verano y esperábamo­s a que el sol diera un respiro para regresar”. Así se ahorraban el metro. Cuando peor estaban, obtuvieron una ayuda extraordin­aria para seis meses más. Hoy se han trasladado al Raval y sobreviven con las ayudas de algunos amigos y lo poco que consiguen con sus traduccion­es de árabe, inglés y castellano. Esta es la opulenta vida de los refugiados. Pero, aunque sean de un “país no reconocido-XXX”, son felices. Tienen residencia legal.

“Cada día íbamos a pie desde Santa Coloma a estudiar a Barcelona para estirar el poco dinero que teníamos”

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La otra casa. El traductor Mohammad, en la biblioteca de la calle Carme, en su barrio, el Raval

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