Protestar, sufrir, gozar
El público se reivindica ante la UEFA, se inquieta con el equipo y vibra con el triunfo
De la estelada a la empanada. Y de la empanada a la gozada. De la reivindicación al enfado. Y del enfado a la alegría. De la protesta a la queja. Y de la queja al estruendo. Del silbido a la UEFA al pitido al equipo. Y del sonido de viento al aplauso. La paleta emocional del Camp Nou pasó por una gama de sensaciones y la última le llevó a la felicidad de la victoria tras dos minutos que valieron por todo el encuentro.
Yendo por partes, el Estadi, teatro de los símbolos, escenificó anoche un gesto de libertad. Una parte notable del público blaugrana se manifestó contra la UEFA y no sólo no escondió las estelades sino que las mostró más que en un partido cualquiera. No quiere la UEFA caldo, pues dos tazas. Es verdad que no fue un mar de banderas con la estrella, como ocurrió en la final de Berlín, origen de la controversia, pero sí que se vieron muchas distribuidas por la mayoría de sectores del Estadi. El organismo que preside Michel Platini multó al Barcelona con 30.000 euros por las estelades en la final de la Champions, castigo que el club no recurrió en aras de hacer pedagogía y tirar de diplomacia. La entidad, que haga lo que tenga que hacer, pero la gente no se queda callada. Durante el himno de la Champions, mientras formaban los equipos y los chavales movían arriba y abajo la lona con el logotipo de la competición, buena parte del coliseo barcelonista protagonizó otra pitada. No fue monumental como la de la final de la Copa del Rey, pero sí una acción sonora bien audible. Cuando paró la música se arrancaron gritos de “independencia, independencia”.
A la par algunos aficionados miconocedor raban hacia el palco, quizás por si algún responsable de la UEFA tomaba nota. Uno había. Se trataba del delegado del organismo europeo en el partido, David Griffiths, que como galés seguro que es buen de un Estado plurinacional. Claro que la que redactó el informe contra el Barcelona por los sucesos de Berlín fue una ucraniana… viéndolo desde su casa por televisión.
Sea como fuere, un sector del barcelonismo está ya harto de que le toquen su libertad de expresión. Nunca hubo problema en el Estadi. Quien quiso gritó independencia. Quien no, no. Aunque seguro que durante el partido muchos, por no decir todos, hubieran chillado otra cosa: “Dependencia, dependencia”. No en un sentido político, sino por el ausente Messi, que llegó al Camp Nou con muletas y cuando comenzó el partido se quedó en el vestuario. Seguro que sufriendo porque sus compañeros se debatían en un trabalenguas indomable y no porque el sustituto de Leo, Sandro, estuviera especialmente mal. No fue de los peores. Pero se notaba la dependencia del argentino y el partido se estaba convirtiendo en un desgobierno para el Barça, más difícil que conseguir la investidura de Artur Mas, que se lo miraba desde el palco. No necesitaba el conjunto de Luis Enrique una goleada, ni una mayoría absoluta futbolística. Simplemente le urgía una victoria por minoría para no complicarse la vida. Pero el tiempo pasaba y el respetable ya dejaba escapar silbidos, que comenzaron a generalizarse cuando el Bayer perdonó. Y para acabarlo de estropear Iniesta caía lesionado.
Un auténtico desastre hasta que apareció por allí un jugador nuevo. Ya estaba pero era otro, llevaba tiempo pero está desconocido, porque la fe mueve montañas y él ha encontrado la confianza en sí mismo. Sí, es Sergi Roberto. El pulmón que le hizo el boca a boca al equipo y al público, que acabó vibrando con el trallazo vital de Suárez y coreando el nombre de Messi.