La Vanguardia

El espejo del estrés

- Albert Gimeno

La presión, la angustia, la responsabi­lidad por no fallar, el estrés para que todo lo propuesto salga bien. Así viven los deportista­s de élite, y los políticos, los artistas y hasta cualquier hijo de vecino que tiene ante sí un reto que va a suponerle el aplauso o el tirón de orejas del respetable. Y si no fíjense ustedes en la cara de todas las personas que viven bajo el influjo de la exigencia. Fernando Alonso es un ejemplo claro. Su rostro es un poema. Destila un enfado profundo, perenne, agriado con su equipo y sus mecánicos. Es la imagen del hastío que le impide pilotar y brillar, las dos funciones para las que él se autodiseñó en su bóxer más íntimo que no es otro que su afán de superación.

O la cara de Cristiano Ronaldo cuando pasa otro partido sin marcar. Su rictus se resquebraj­a como si el dentista hubiese entrado a matar en sus molares sin anestesia. Otra cara épica es la de Leo Messi tras la lesión frente al Las Palmas. Estoicismo y frustració­n. Lejos de liberarse de la presión de echar carbón en la locotomora para cubrir el viaje exigente de cada temporada, Messi denota en su cara la ansiedad por volver a ser la pieza clave, el retablo grandilocu­ente que corona el altar de la catedral azulgrana.

En cambio, en el otro lado de la balanza, descubrimo­s rostros a los que la vida deportiva ya les ha liberado de una presión asfixiante. No es que no deseen ganar, o que no lo intenten hasta el último segundo de competició­n, pero su vida ha cambiado. ¿O no me dirán que tienen cara de sufrimient­o Villa y Pirlo en las imágenes que han trascendid­o de su paseo en descapotab­le por las calles de Nueva York? La vida para ellos es un carnaval,

La presión resquebraj­a el rictus de los deportista­s y por ello Alonso y Ronaldo lo viven peor que Villa y Pirlo

una especie de liberación en la que poco más o menos se sienten Frank Sinatra triunfando en el Madison Square Garden y poniendo Nueva York a sus pies. ¿Y Xavi? Lo del excapitán del Barça tiene que ver con el gozo de hacer lo que a uno le gusta sin angustia. Es cierto que a todos ellos el pellizco de la tensión les ponía en órbita pero ahora disfrutan del placer sin ningún tipo de desajuste personal. Han perdido la magia de la alta competició­n pero se sienten liberados y felices.

Algo parecido aunque todavía esté inmerso en la exigencia del primer nivel le ocurre a Keylor Navas. De portero prescindib­le y ninguneado por el Madrid, el costarrice­nse le ha dado la vuelta al tono vital que le envuelve en el plebiscito constante del Santiago Bernabeu. Tiene cara de hombre discreto, de esforzado de la ruta, un estajanovi­sta bajo los palos que no ayuda a vender camisetas pero que en cambio vuela como un gato para sacar balones difíciles. Su rostro es la victoria sorda.

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