Los Robles
C C uando a sus quince años Pedro Robles llegó de Ciudad Real para entrar como aprendiz en Semon, o cuando la tienda que había abierto Maria Vidal hace más de medio siglo atraía a los sibaritas más adinerados y exigentes, ni en el sueño más surrealista llegó a imaginar que algún día su hermano Paulino (uno de los empleados más antiguos) y él mismo tomarían las riendas del negocio. A veces, confesaba el domingo pasado con la tienda llena y listo para la reapertura de l’Indret, no acaban aún de creérselo. En 1999 Pedro se marchó para abrir La Despensa de Laforja; a Paulino, el hombre que ha servido, en sus casas o en los escenarios más originales a empresarios, políticos o realeza, lo echaron cuando la hija de Vidal tomó el relevo.
Los Robles volvieron en agosto. Han tenido que volver a conectar la máquina que dispensa números para que los clientes esperen su turno. En los últimos años no era necesaria, porque ya no había colas. Desde que hace un año la empresa presentó concurso de acreedores, los estantes se habían ido vaciando.
Semon ha recuperado viejas caras, las de antiguos empleados que, como los Robles o como Antonio Jurado, habían convertido la tienda en lo que llegó a ser. Para muchos allí, aquel era el lugar donde se abastecía mesas con mantel de hilo, cubiertos de plata y tazas de Limoges. Otros preferíamos tomar las croquetas (que vuelven un poquito más grandes y mejoradas), la tortilla o el jamón al sol del vecino parque, en un picnic dominical, con los diarios esparcidos sobre la hierba. La emoción en los ojos de Ana Alvaredo, esposa de Pedro, al tratar de explicar lo que aquel espacio significaba para los Robles, hacían innecesarias las palabras: “Llevan Semon en su ADN. Ha sido su vida”.