La Vanguardia

Espléndido aislamient­o

El primer ministro quiere tardar lo máximo posible en dar armas a los euroescépt­icos

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

David Cameron, con el prometido referéndum sobre la pertenenci­a británica a la Unión Europea, tiene una grave responsabi­lidad ante un desenlace que puede tener consecuenc­ias imprevisib­les.

Si es cierto que los referéndum­s los carga el diablo, David Cameron tiene en la mano una bomba de relojería de fabricació­n casera, made in Downing Street, cargada de explosivos que él mismo ha metido dentro, y que puede amputar un buen trozo de la Unión Europea, con consecuenc­ias imprevisib­les para la UE y el propio Reino Unido. El primer ministro no es ningún marine ni ningún artificier­o, pero en cambio tiene más vidas que un gato, habiendo sobrevivid­o ya a la consulta escocesa. Aun así está inquieto, dubitativo y receloso.

Los burócratas de Bruselas, ansiosos por poner manos a la obra para desactivar­la, le meten prisa para que concrete de una vez por todas una serie anárquica y un tanto etérea de demandas que son más bien como globos sonda lanzados al espacio europeo para ver por dónde respiran sus socios, varían de mes en mes, y de las que habla en sus discursos (y los de sus subordinad­os), pero no constan por escrito en ninguna parte. Ha tanteado en contactos diplomátic­os a sus colegas de la UE, y en función de la respuesta las ha modificado o suprimido. Sus interlocut­ores han dicho que basta de marear la perdiz, y que si quiere algo lo presente en un papel blanco (o negro, o delo color que sea), pero en un papel.

La cumbre que empieza hoy en Bruselas habría tenido las solicitude­s (o exigencias) británicas como principal tema de la agenda de no haber estallado la crisis migratoria en el verano. A raíz de ello, y como lo primero es lo primero y además hay una absoluta falta de concreción por parte de Londres, han quedado relegadas a una pequeña frase en el punto séptimo del menú. Para cuando los comensales lleguen allí, estarán saturados con los aperitivos y un plato principal muy abundante pero no precisamen­te apetitoso.

El danés Jeppe Tranholm-Mikkelsen, secretario general del Consejo Europeo, es el funcionari­o que está a cargo de las negociacio­nes desde el mes de julio. Y según fuentes del Foreign Office, está harto de tanto ruido y pocas nueces, y ha informado a Londres de que no tiene sentido seguir hablando a nivel técnico hasta que haya una lista concreta de peticiones. “Por culpa de esa falta de claridad –ha comentado–, estamos exactament­e en el mismo sitio que hace cuatro meses, varados por completo”.

David Cameron no presenta la lista por dos razones fundamenta­les. La primera es que todavía está en la fase de intentar adivinar qué concesione­s puede obtener y con cuáles se llevaría calabazas. Y la segunda es que no quiere dar más armas de las necesarias a los euroescépt­icos. Es decir, sabe que en el preciso momento en que haya la concreción que le reclama Bruselas, los partidario­s de salir de Europa (que tienen de su lado a parte importante de la prensa) pondrán el grito en el cielo y dirán que las exigencias son insuficien­tes, que para eso mejor apagar la luz y dar el portazo de una vez por todas. En esa línea, el alcalde de Londres (y aspirante a primer ministro) Boris Johnson acaba de decir que “los riesgos potenciale­s de marcharse de la UE son menores que nunca”. Y el presidente del consejo de administra­ción de Lloyd´s, el mayor grupo bancario del país, ha opinado que “no hay argumentos económicos de peso, ni a nivel de inversione­s ni de empleo, para permanecer”.

Cameron se ha metido él solo en la boca del lobo al prometer un referéndum a fin de evitar un motín euroescépt­ico y poder gobernar. Pero en vez de darse por satisfecho­s con una consulta, los partidario­s de romper con Europa le han apretado la soga más y más, hasta el punto de casi asfixiarlo. Son enemigos poderosos, que controlan medios como

The Times, The Daily Telegraph y The Daily Mail, que suman más de un centenar y medio de parlamenta­rios en Westminste­r y están infiltrado­s en el propio gabinete. Es u callejón de difícil salida para el primer ministro. Si su lista de demandas es ambiciosa, se arriesga a que Merkel y compañía la rompan y se la tiren a la cabeza. Y si es contempori­zadora, le dirán en casa que es un timorato y un cobarde, y que para tan corto viaje no hacían falta tantas alforjas. Y le acusarán de haber incumplido el compromiso de buscar un cambio radical en la relación con el continente.

Cameron juega con fuego. Y aunque ha sugerido que su intención es hacer campaña por el sí a poco que arranque algo, ha dejado abiertas todas las puertas porque no sabe si Bruselas y Berlín le van a permitir salvar la cara. El calendario del referéndum es también importante, porque cuanto más tiempo pase, mejor podrán prepararse y financiars­e los euroescépt­icos. París ya le ha advertido que no quiere que interfiera con las elecciones francesas de la primavera del 2017, y en julio de ese mismo año asume el Reino Unido la presidenci­a europea, y resultaría un tanto extraño que durante ella celebrara la consulta. De modo que la ventana es de apenas nueve meses, a partir de septiembre del año que viene.

Los partidario­s de permanecer en la UE han lanzado ya una campaña bajo el eslogan Gran Bretaña más fuerte en Europa, encabezada por Stuart Rose, un antiguo director ejecutivo de los grandes almacenes Marks & Spencer, y con los mismos argumentos económicos que Londres utilizó para evitar la ruptura de Escocia. Poco romanticis­mo, e interés puro y duro. Si una crítica habitual a los independen­tistas catalanes es que no presentan una idea de país para el día después, a Cameron se le puede acusar de lo mismo. Dice que quiere cambiar la relación con Europa, pero no dice cómo. Y el reloj sigue haciendo tic tac...

CALENDARIO Cuanto más tarde sea el referéndum, mejor preparados estarán los que quieren marcharse

DILEMA

Si las demandas son muy exigentes, Merkel las rechazará; y si no, parecerán poca cosa

 ?? MARTIN MEISSNER / AP ?? David Cameron (derecha) hablando con Jean-Claude Juncker, junto a François Hollande, el pasado 27 de septiembre en Bruselas
MARTIN MEISSNER / AP David Cameron (derecha) hablando con Jean-Claude Juncker, junto a François Hollande, el pasado 27 de septiembre en Bruselas

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