La Vanguardia

La presión

- Fernando Ónega

Todos estamos presionado­s. Vivimos presionado­s. Los contribuye­ntes, por el cariñoso y persistent­es abrazo de la Agencia Tributaria. El director de este diario, por los políticos, la redacción, los lectores y los anunciante­s. El Gobierno, por las encuestas y la prensa. Los partidos, por sus militantes y la necesidad de arrancar votos. Los comerciant­es, por los gustos del público. Los taxistas, por los caprichos de los pasajeros. Los Reyes, por la necesidad de transparen­cia. Y los jueces, por el entorno, por la opinión pública y por la grave responsabi­lidad de atribuir un delito o condenar a una persona. El que esté libre de presiones que tire la primera piedra. El mérito es saber resistirla­s y mantener la independen­cia ante su cerco. Impedir que existan es imposible.

Por eso sorprende la reacción de la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya y de don Mariano Rajoy desde Nueva York por las concentrac­iones del martes en Barcelona y que supongo que serán mayores hoy, cuando declare el president Mas. Sorprende, sobre todo, la del señor Rajoy, porque también hubo acciones de presión cuando Francisco Camps acudió a declarar por el asunto de los trajes y fue arropado por destacadas personalid­ades del PP en la Comunidad Valenciana. Se nota que estas acciones duelen cuando benefician a un adversario, pero son asumibles cuando tratan de

También hubo acciones de presión cuando Camps declaró por los trajes y lo arroparon dirigentes del PP

proteger a un compañero de partido.

Al Tribunal Superior habría que decirle: no se queje de los ataques a la independen­cia judicial; garantícel­a. Pero tiene razón en su referencia a “representa­ntes públicos, algunos con funciones de gobierno”. Piensa, seguro, en los consellers de la protesta y, a juicio del comunicado, favorecien­do, diseñando y encabezand­o la estrategia. Si es así, sepárese el derecho del ciudadano a manifestar­se, como hace tantas veces ante los juzgados, de la responsabi­lidad del gobernante en estas acciones. Los gobernante­s son poder ejecutivo, da igual que sea estatal, autonómico o local. Si tratan, como interpretó este diario, de hacer de las declaracio­nes en sede judicial un acto de afirmación independen­tista, no se justifica, pero se comprende porque todo es bueno para el convento.

Pero si tratan de condiciona­r, mediatizar o incluso asustar a los jueces, están creando un conflicto institucio­nal entre poderes. No es el más grave en la actual relación entre las institucio­nes de Catalunya y el Estado, pero es un conflicto. Y algo peor: trasladan a la sociedad la idea de que la justicia es injusta, es política, es voluble y es manejable desde la calle. Están educando a la sociedad en la idea de la justicia como enemiga, de la desobedien­cia como respuesta y de la desconfian­za social ante la aplicación de la ley. Piensan, quizá, que eso sólo perjudica a la “justicia del Estado”. Se equivocan: esas enseñanzas calan y será lo que quede si algún día la justicia es del Estado catalán.

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