‘Nueve reinas’, con Darín y Pauls
Siempre he sentido respeto por los estafadores. Son delincuentes, sí, pero sus estratagemas para engañar a los incautos me dejan boquiabierto. De niño leía las crónicas de aquel gran periodista que fue Enrique Rubio, en las que explicaba las técnicas que usaban. La del tocomocho, que consistía en mostrar al pardillo un billete de lotería supuestamente premiado que el propietario no podía cobrar por motivos inverosímiles. Lo comparaban con una lista de lotería no oficial, el pardillo picaba, daba dinero, se quedaba con el billete, el estafador se iba y el primer día laborable el pardillo iba a la administración de lotería y se daba cuenta de que lo habían estafado. Y la de la estampita: un tipo se hacía pasar por corto, enseñaba a un peatón un billete de alto valor y le decía que tenía muchos más, todos iguales. El peatón aceptaba, pagaba por aquel montón de estampitas y luego descubría que sólo había un billete legal: el de encima de todo.
Ahora eso ya debe de ser historia, supongo, porque menos gente viene del huerto. Ahora lo que mola son las estafas inmobiliarias, como la de Figueres
‘Chapeau’ para la gente que intenta vender bienes inmobiliarios que no son suyos
hace tres años. El juicio se celebrará el próximo 23 de octubre. El Punt Avui explica los detalles. La acusada es una mujer que vendió un piso de la avenida Pirineus fingiendo que era suyo. La mujer había pedido a una inmobiliaria figuerense que le gestionase la venta. Dijo que lo heredaba de su padre, ya muerto. Pero ni lo había heredado ni era de su padre. Era un piso alquilado a una sociedad de Barcelona. La inmobiliaria encontró un comprador, que se citó con la mujer, quien, para cerrar el compromiso, consiguió dos pagos jugosos. Le dijo que en cuanto la herencia se hubiese formalizado, firmarían la escritura y, como muestra de buena voluntad, le dio las llaves del piso. El hombre se fue a vivir ahí. Enseguida se descubrió el pastel, el hombre tuvo que abandonar el piso y presentó querella.
Normalmente, el tonto es el estafado y el estafador, el listillo. Aquí, no. ¿Qué pasó por la cabeza de la mujer? ¿Creyó que, sabiendo quién era y pudiendo localizarla, se iría de rositas? Las estafas inmobiliarias acostumbran a salir mal. A menudo oímos grandes loanzas de aquel neoyorquino de los años veinte, George Parker, que se ganó siempre la vida a base de vender construcciones y monumentos que no eran suyos. Una vez vendió el Metropolitan Museum of Art. Otra, la Estatua de la Libertad. Lo hacía con un gran despliegue de documentos que supuestamente demostraban que esas propiedades eran suyas, y se dirigía siempre a inmigrantes que acababan de poner pie en el país y pensaban que sería llegar y besar el santo. La propiedad que más veces vendió fue el puente de Brooklyn. Fue a juicio tres veces y al final lo condenaron a cadena perpetua en Sing Sing. Para la figuerense sólo piden cinco años de prisión, y es lógico porque no hay comparación posible entre un piso de la avenida Pirineus de Figueres y el puente de Brooklyn entero.