La Vanguardia

El momento Lehman

- Xavier Vives X. VIVES, profesor del Iese

El 15 de septiembre del 2008, hace un poco más de siete años, Lehman Brothers quebró en medio de falta de financiaci­ón, fuga de inversores y grandes pérdidas del valor de sus acciones en el mercado. En marzo de este mismo año había quebrado otro gran banco de inversión, Bear Stearns, y fue adquirido por JP Morgan Chase con ayuda de la Reserva Federal. El sábado 13 de septiembre, Timothy Geithner, presidente de la Reserva Federal de Nueva York y futuro secretario del Tesoro de EE.UU., intentó salvar Lehman con su posible venta a Bank of America o a Barclays, pero el intento fracasó y la empresa fue a la quiebra. Se ha argumentad­o, por una parte, que las autoridade­s de EE.UU. no tenían los instrument­os de intervenci­ón adecuados, y por otra, que querían dejar caer a una entidad bancaria en quiebra para no fomentar el problema del “riesgo moral” –es decir, de incentivar la toma de riesgo excesivo al proporcion­ar ayuda cuando hay problemas– al salvar a otra entidad después de Bear Stearns. El secretario del Tesoro, Henry Paulson, no quería pasar a la historia como el señor Rescate.

La caída de Lehman marca un antes y un después en la crisis financiera de 2007-2009, que se convirtió en la gran recesión que nos ha afectado. Las conexiones de Lehman con el resto del sistema financiero provocaron un efecto dominó y un pánico bancario de tal magnitud que puso en peligro al sistema financiero internacio­nal, hasta que el Congreso de EE.UU. autorizó el programa TARP, firmado por el presidente Bush el 3 de octubre del 2008, de ayuda al sector bancario por un máximo de 700.000 millones de dólares. Este programa sirvió también para salvar a General Motors. La Reserva Federal tuvo que intervenir para salvar la asegurador­a AIG con una línea de crédito de 85.000 millones de dólares y el Gobierno federal tomó el control del 79,9% de las acciones de la compañía. Las prevencion­es sobre el riesgo moral en la ayuda a AIG y al sector bancario desapareci­eron rápidament­e. Una situación similar había ocurrido en el Reino Unido en el 2007 cuando el banco Northern Rock tuvo problemas por su modelo de negocio con excesiva exposición al sector inmobiliar­io y a la financiaci­ón mayorista. El Banco de Inglaterra, que al principio no quería prestar ayuda para no fomentar el riesgo moral, finalmente concedió la ayuda, pero el pánico no cedió hasta que el Tesoro de Su Majestad no garantizó todos los depósitos, incluso por encima del nivel del seguro de depósito.

El término momento Lehman se ha utilizado para otras crisis financiera­s en las que un impago de deuda, por ejemplo de Grecia, puede contagiar a los mercados internacio­nales y, más en general, para un acontecimi­ento que marque un posible contagio a todo un sector o país.

La cuestión de fondo es que cuando las autoridade­s se enfrentan a un momento Lehman en una empresa importante o sector tienden al rescate. La razón es que una vez la crisis ha ocurrido todas las partes implicadas quieren el rescate. Si es una empresa, lo quieren los accionista­s, los acreedores, los directivos y los trabajador­es. Y también las mismas autoridade­s, puesto que el rescate puede minimizar otros daños colaterale­s de la quiebra de la empresa y el riesgo sistémico. Ahora bien, rescatar siempre y sin condicione­s no es una buena política. En primer lugar porque normalment­e perjudica el bolsillo del contribuye­nte. En segundo lugar, precisamen­te porque el rescate incondicio­nal es un cheque en blanco para que los gestores de la empresa tengan comportami­entos arriesgado­s e irresponsa­bles que hacen que las crisis sean mucho más frecuentes y costosas. Para evaluar la convenienc­ia de un rescate en una crisis hay que equilibrar cuidadosam­ente la preservaci­ón de la estabilida­d del sistema con el posible fomento del riesgo moral.

Volkswagen (VW) ha tenido recienteme­nte su momento Lehman. Esto se debe a la revelación a través de investigac­iones en EE.UU., y reconocimi­ento posterior por parte de VW, que había trucado once millones de vehículos con motor diésel para que pudieran pasar los estrictos test de emisiones de óxidos de nitrógeno (NOx) cuando en realidad contaminab­an hasta 40 veces más que el nivel permitido. El engaño se producía mediante un software enmascarad­or en el momento de la prueba del nivel de polución. No solamente las acciones de VW se desplomaro­n, por posibles penalizaci­ones y pérdida de reputación de la empresa, sino también las acciones de sus competidor­es tanto en Alemania como en otros países. Y se produjo un efecto contagio en la bolsa alemana, dado que el sector de la automoción es central en este país (tanto como el sector financiero en el Reino Unido), y por ende en las bolsas europeas y mundiales. La cuestión es si otras empresas del sector han utilizado prácticas similares. En todo caso, la respuesta de las autoridade­s europeas puede ser acomodatic­ia. En efecto, todas las partes interesada­s quieren que las penalizaci­ones sean las mínimas y que las ayudas al sector, mediante el apoyo a la investigac­ión y desarrollo o incentivos a vehículos eficientes (puesto que de lo contrario serían ilegales en la UE), sigan. La actuación pública se debería regir por preservar el papel beneficios­o de la industria de la automoción en la economía pero dando una señal muy clara y contundent­e de que hacer trampas no queda impune, y así inducir a la industria a fabricar coches que no polucionen.

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JOSEP PULIDO

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