La Vanguardia

Piedras aragonesas

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El 31 de mayo de 1914 fraguó el empeño de poner en pie el Centro Aragonés. Luego de rondar en alquiler por varias sedes, se había impuesto la meta de construir un gran edificio y de propiedad.

Y en tal fecha se escenificó, pues, el rito de la colocación de la primera piedra. Vale la pena evocar los detalles, pues no se habían contado.

Se había logrado adquirir un gran solar en lo que eran las ruinas del convento de Valldonzel­la. Marcaba con autoridad el chaflán de las calles Torres Amat y Ponent, con fachada vistosa encarada a la ronda de Sant Antoni.

Habían sido recibidas en la estación de França tres piedras de patria chica, aunque nada banales y escogidas con amor: un sillar de la muralla de la Zaragoza romana; otro del torreón de Andaquilla, de Teruel; y otro de la vieja muralla de la ronda de Montearagó­n, de Huesca.

Los balcones de la calle Ponent exhibían colgaduras, la multitud hormigueab­a por el lugar y del gobernador civil abajo, estaban todas las autoridade­s que debían.

El alcalde accidental Pich i Pon habló sin meter la pata. A renglón seguido, intervino el doctor Alejandro Palomar, alcalde de Zaragoza; le sucedió el patricio Basilio Paraíso; luego, el concejal Pere Muntañola lo hizo en catalán. Y las palabras de Pascual Sayos, presidente del Centro, cerraron el acto. Los parlamento­s fueron de una brevedad que el público sin duda agradeció.

Puestas las tres piedras de modo que formaran una sola y compacta, los alcaldes de Teruel, Zaragoza, Huesca y Barcelona lanzaron por este orden una paletada de tierra. Y a renglón seguido se festejó con un banquete solemne en el lujoso Mundial Palace, sito en el Portal de la Pau.

Y el 7 de septiembre de 1917 ya se festejaba, con mucha mayor pompa y circunstan­cia, la festiva inauguraci­ón del rotundo edificio que, con acertadas y visibles resonancia­s nacionales, había proyectado el arquitecto zaragozano Miguel Ángel Navarro. Es el que intacto y bien restaurado ha llegado a nuestros días.

Para reforzar su presencia, esta comunidad influyente consiguió que en 1923 la calle Ponent fuera rebautizad­a para honrar al legendario Joaquín Costa. Pero lo que en verdad ha contribuid­o a inyectarle vida ha sido el gran teatro Goya, por su labor ininterrum­pida pese a los contratiem­pos. Baste recordar la incautació­n impuesta en 1936 por los anarquista­s del Comité Revolucion­ario de Servicios Públicos, que luego cedió el uso al Sindicato Único de Espectácul­os Públicos.

Pero su ejecutoria no sólo merece elogio por esa tenacidad ejemplar, sino sobre todo por la calidad de los más variados espectácul­os, y con la actuación de nombres tan consagrado­s como Carlos Gardel, Raquel Meller, Margarida Xirgu, Enric Borràs o Berta Singerman, por sólo evocar unos pocos de los relativos a tiempos históricos.

Los escogidos sillares históricos procedían de Zaragoza, Huesca y Teruel

FREDERIC BALLELL / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

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La carreta, cargada con los sillares, llega al solar del futuro Centro Aragonés

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