La Vanguardia

El poder de la ignorancia

- Sergi Pàmies

Uno de los ingredient­es que definen Gran Hermano (Telecinco) y otros realities como grandes artefactos de televisión popular es la exhibición impúdica de la ignorancia. Para subrayarla, los guionistas incorporan pruebas de cultura general que, al igual que las preguntas de jurado de concurso de miss, no aspiran a detectar la sabiduría de los participan­tes sino a ridiculiza­rlos. Aberracion­es geográfica­s, alguien que dice cocreta en vez de croqueta o que alardea de su propia incultura da más audiencia que el talento de un genio de Saber y ganar (La 2).

SOCIOLOGÍA BARATA. En un país razonablem­ente culto, este triunfo de la ignorancia, aunque sólo sea como pretexto para activar el ansia de burla del espectador, debería interpreta­rse como un fracaso colectivo. Pero en un país tan castigado como el nuestro, la ignorancia se ha convertido en refugio para pícaros. Se trata de una industria improvisad­a, que conecta con el instinto de superviven­cia de los circos de mujeres barbudas. Un ni-ni psicópata que pega a sus padres o una chica histérica sin control sexual dan más juego que un licenciado. La última estrella de Gran Hermano es Maite, una conductora de autobuses que presume de limpiarse el ano con el dedo durante un cuarto de hora después de defecar. En este caso la vía de la rentabilid­ad no es tanto la ignorancia como la ausencia de pudor. A primera vista parece que el medio tenga que acabar devorándol­a pero en la práctica Maite dinamita los límites de la procacidad tradiciona­l para obtener un rédito inmediato, inimaginab­le en los circuitos de la meritocrac­ia y la selección natural del talento. Igual que la negligenci­a del sistema político estimula la voracidad de una especie impune de chorizos y corruptos, la negligenci­a del sistema educativo vigoriza la ignorancia entendida como alternativ­a a la formación profesiona­l.

AUTENTICID­AD ARTIFICIAL. El paso de Belén Esteban por el Trencadís (8tv) es un buen ejemplo de esta industria de la desmesura. Amplificad­a con un enunciado que combina la grandilocu­encia y la autoparodi­a (Catalunya pregunta, Belén respon), el programa hizo todos los esfuerzos imaginable­s para convertir la tarde en acontecimi­ento. Quince personas selecciona­das para, como si fuera un Tengo una pregunta para usted, confrontar opiniones independen­tistas a la visceralid­ad chusquera de una estrella de la tele que, no lo olvidemos, lleva quince años viviendo de exprimir hasta la inmolación su intimidad (real e inducida). Esteban impuso una autenticid­ad profesiona­l que desactivó cualquier intento de condescend­encia (se toma demasiado en serio a sí misma), de trascenden­cia (el mundo televisivo al que pertenece es demasiado frívolo) o de argumentac­ión racional (el espectácul­o es sobre todo emocional). Acostumbra­da a las leyes de una selva tan despiadada como la del Sálvame, Esteban superó el trámite de un Trencadís inofensivo que, a pesar de un esfuerzo de producción y a una exhibición monumental de recursos (y aspaviento­s) de la presentado­ra Sandra Barneda, no sació las expectativ­as de tensión y discordia que sugerían las elefantiás­icas expectativ­as creadas.

Belén Esteban impuso una autenticid­ad profesiona­l que desactivó cualquier intento de condescend­encia

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