Éramos tan modernos...
Una exposición en la Pedrera reivindica el papel de artesanos e industriales en el modernismo más allá de los arquitectos estrella
El modernismo implicaba, sobre todo, modernidad, y esa ansia de ser modernos cautivó no sólo a artistas, esnobs, burgueses de gustos exóticos y nuevos ricos que se pirraban por ostentar, sino que el nuevo gusto estético caló en todas las clases sociales, e incluso la menestralía decoraba sus casas con económicos muebles de maderas curvadas adquiridos en grandes almacenes y las mujeres confeccionaban sus propios vestidos a partir de patrones publicados en revistas femeninas. Lo explica la catedrática de Historia del Arte de la Universitat de Barcelona Mireia Freixa y esta es una de las ideas troncales de Modernisme. Art, tallers, indústries, la exposición de la que es comisaria y que hasta el 7 de febrero puede visitarse en la Fundació Catalunya La Pedrera.
Eso en lo que respecta a los amantes de esta corriente estética, los consumidores de los productos modernistas. Pero la exposición, que rescata los objetos de su habitual estado de aislamiento para, contextualizados, devolverlos a su vida original, tiene aún otra lectura, que no es menor. Porque, aunque se trata de algo obvio, a veces parece que se olvida: las megaestrellas como Gaudí, Domènech i Montaner y Puig i Cadafalch no estuvieron solos, sino que a las puertas del siglo XX Barcelona contó con una extraordinaria legión de artesanos, dibujantes y diseñadores anónimos, maestros del vidrio, la forja, la madera, los tejidos o la joyería, sin cuyas aportaciones el modernismo habría tenido una dimensión si no menor, desde luego diferente. Ya en los prolegómenos de la muestra, en lo que un día fue la capilla de la casa Milà, un audiovisual lanza dos ideas clave: el ansia de modernidad de Barcelona y la puesta en marcha de l plan Cerdà, que liberaba la ciudad de su entorno amurallado. “La construcción del Eixample supuso un gran incremento de la construcción y en consecuencia de todas las industrias subsidiarias de la arquitectura”, indica Freixa, para quien la imagen de esta Barcelona modernista de fachadas ornamentadas y coloristas, con tribunas y columnas adosadas, no habría sido posible tampoco sin un cambio en las ordenanzas municipales, que hasta entonces habían promovido una imagen unitaria de la calle siguiendo el modelo de otras ciudades europeas. “La burguesía catalana estaba formada por nuevos ricos y querían aparentar tanto en la fachada como de puertas para dentro”, señala Freixa.
Freixa, que ha compartimento la muestra por disciplinas (vidriera, forja, pavimentos, mobiliario...), ha puesto especial empeño en mostrar esos interiores a través de fotografías a tamaño real, estableciendo poderosos juegos visuales entre las piezas expuestas y lo que vemos en las imágenes, o incorporando a la exposición, como si se tratara de una pieza más, algunos de los elementos (las columnas, la barandilla exterior visible gracias a la apertura de los ventanales...) diseñados por Gaudí para la Pedrera. La comisaria, que lidera el grupo Gracmon de la Universitat de Barcelona, ha recorrido toda Catalunya en busca de material (sólo se expone un 2%) y la selección va mucho más allá de la contemplación fetichista del objeto, buscando un equilibrio entre vidrieras rescatadas de comercios o viviendas burguesas con otras que decoraron viviendas mucho más modestas; azulejos de Lluís Bru para un puesto de pescado en la Boqueria junto a sofisticados rosetones de Domènech i Montaner; sillas de Gaudí para la casa Batlló y las omnipresentes Thonet de cafetería... Y, al final, una moraleja: las modas pasan y muchas de aquellas joyas acabaron en los contenedores de basura o sirvieron para tapar una conejera, como el plafón de marquetería de Alexandre de Riquer que rescató Lluís Gelabert.
El nuevo gusto estético cautivó a esnobs e intelectuales, nuevos ricos e incluso a la menestralía