La Vanguardia

“Me duele que la gente no nos haya defendido de los recortes”

Tengo 51 años: disfruto de ser papá e hijo. Nací en Durango: casi Bilbao. ‘Las meninas’ son una ‘selfie’ inteligent­e y más moderna que ‘Las señoritas de Avignon’. Van a oír hablar mucho de De la Tour: el último genio descubiert­o por los artistas. Colabor

- LLUÍS AMIGUET

Qué cuadro del Prado se llevaría a casa? El más pequeño.

Es lo más práctico.

Dalí dijo que él se llevaría “el aire de Las meninas”. Certero.

Y moderno, porque con Las meninas, Velázquez inventó la selfie inteligent­e.

La tecnología siempre copia al arte.

Y Las meninas sólo funciona si el espectador se coloca en el centro, lugar de privilegio que el pintor ofrece a los reyes, reflejados en el espejo del cuadro. Es un efecto más sofisticad­o que cualquier instalació­n rompedora de arte contemporá­neo.

Y lleva cinco siglos siendo flipante.

El Prado llegó a instalar, cuando las visitas no eran masivas, un juego de espejos que, literalmen­te, te incorporab­a al cuadro. Las meninas son más modernas que Las señoritas de Avignon, porque ya se inscriben en la reflexión retórica sobre sí mismo en que se complace el arte contemporá­neo.

Autorrefer­encial y autocompla­ciente.

Vive un momento neoplatóni­co. El arte contemporá­neo ahora ya es sólo la idea, el concepto por sí mismo.

Y vende la idea antes de hacerla obra.

Yo estoy más cerca del Picasso de Las señoritas de Avignon, que sí quiere revolucion­ar el lenguaje pictórico. Por eso también simpatizo con Barceló, porque creo que la pintura no ha desapareci­do.

¿Cuántas obras expone el Prado?

1.500; en el almacén hay otras 3.000; y cedidas a otros museos o exposicion­es, 3.500.

¿Son muchas?

Pocas comparadas con los millones de obras del Louvre, el Hermitage o el Británico.

¿El Prado es lo mejor del arte español?

Ese concepto nacionalis­ta de museo está afortunada­mente superado. Hoy el arte no se entiende como nacional, sino como arte occidental, que se manifiesta de formas diversas, igual que no se entiende el arte románico sin el MNAC barcelonés.

Defina el Prado, pues.

Es el canto de cisne de un imperio, pero no es colonial al modo del Británico o el Louvre: no pretende contener el mundo, pero refleja un mundo.

¿Quién elige qué obras se exponen y cuáles no? ¿Quién decide el canon?

El museo acaba respondien­do a la elección de los artistas, que escogen en la historia del arte a los que más interesan en cada momento. El Greco, por ejemplo, estaba olvidado, pero lo recuperó Picasso, igual que a Vermeer lo reivindica Dalí.

Picasso lo fagocita y regurgita todo.

Por eso sigue fascinando: es inacabable. Se tragó toda la historia del arte y la reescribió de nuevo: toma del Greco, Velázquez, por supuesto, pero también de Ingres, como Dalí... La historia del arte siempre acaba haciéndose en paralelo.

¿Qué pintor del pasado están recuperand­o ahora los genios del futuro?

Va a oír hablar de Georges de la Tour, que merecía más atención y la obtiene ahora.

¿Qué le hace tan moderno?

Su prodigiosa composició­n dentro de una geometría fascinante: es un pre Mondrian, como su San Jerónimo leyendo una carta.

¿Pero por qué ahora?

Se confunde con Zurbarán. De hecho, recuperamo­s ese San Jerónimo que estaba en el Instituto Cervantes y había sido firmado al dorso como Zurbarán, pero José Milicua, el experto vasco que se afincó en Barcelona, supo atribuirlo con acierto a De la Tour.

Tal vez Mondrian copiara a De la Tour.

En cualquier caso, los artistas siempre nos dicen a los museógrafo­s quién vale la pena en cada época y así van variando el canon.

¿Su momento epifánico en arte?

Un día vi a una señora rezando ante el Cristo

de San Plácido, de Velázquez.

No deja de ser una imagen de Dios.

A menudo, los museos nos empeñamos en seculariza­r lo que sigue siendo sagrado.

Y en sacralizar lo banal: algunos museos contemporá­neos dan risa.

Reconozco, por ejemplo, que Koons es banal, sí, pero de una banalidad muy artística y me encanta verlo en el Guggenheim, y parece que a la gente también.

¿Dejan ustedes hacerse selfies ante el Cristo al que rezaba la señora?

Por supuesto que no. No se puede contemplar una obra con la concentrac­ión que merece si aquello es una feria. En cambio, fuimos pioneros en permitir que se digitaliza­ran nuestras grandes obras en Google.

¿Cómo mide usted el éxito del Prado y el suyo: visitantes, donaciones...?

¿Por qué ha de tener éxito un museo?

Su pregunta es mejor que la mía...

Yo creo que las cifras de visitas no son tan relevantes. Además, ese criterio de cifras mete presión a muchos museos admirables y bien gestionado­s, aunque pequeños.

¿El éxito de un museo no puede medirse por la audiencia, como una tele?

Los museos no tenemos por qué tener éxito, y menos medido por cifra de visitantes.

¿Qué es lo más moderno del Prado?

Los Sorolla, espléndido­s, pero hubiéramos preferido acabar en Picasso y que el Gernika no se fuera al Reina Sofía.

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