Manifestaciones en red
Carles Casajuana describe las ventajas de la globalización, que permite que la información corra como la pólvora y que la opinión mundial se movilice por causas justas y contra la barbarie: “Hace una semana supimos que, en Arabia Saudí, los empleadores de una criada india que había intentado escapar de la casa en la que trabajaba la castigaron nada menos que cortándole el brazo”.
Una de las cosas que más me gustan de la globalización es que deja al descubierto hechos y actitudes que, hace quince o veinte años, habrían pasado casi desapercibidos, o habrían terminado en el cajón de los males inevitables, y que ahora llenan de oprobio a los responsables. Es como lo que Warren Buffett dijo de la crisis económica: que cuando baja la marea se ve quién lleva bañador y quién no. La globalización ha hecho que ahora veamos muchas vergüenzas que antes la distancia y la falta de información nos ocultaban.
Por ejemplo: hace una semana supimos que, en Arabia Saudí, los empleadores de una criada india que había intentado escapar de la casa en la que trabajaba la castigaron nada menos que cortándole el brazo. La empleada, Kasturi Munirathinam, reclamaba dos meses de sueldo que le debían y les había denunciado por malos tratos. Gracias a Google, quien quiera puede ver al instante la fotografía de la mujer en una cama de un hospital de Riad, con un vendaje envolviéndole el hombro derecho, cubriendo el muñón del brazo mutilado.
Recuerdo que, hace más de treinta años, cuando yo trabajaba en la embajada española en Manila, el Gobierno filipino se quejaba a menudo del trato que recibían los empleados domésticos filipinos en los países del golfo Pérsico. Las violaciones, los abusos y los malos tratos eran frecuentes, y las autoridades filipinas presentaban las oportunas protestas. Pero Filipinas necesitaba visados para los ciudadanos que querían emigrar y no podía tensar demasiado la cuerda. A veces, había una investigación. Otras veces, ni eso. Los escándalos se acababan tapando y se entendía que quien iba a trabajar a aquellos países ya sabía a lo que se exponía.
Sobre el papel, la situación no ha cambiado mucho. La riqueza de los países del golfo Pérsico continúa atrayendo inmigrantes de muchos lugares de Asia, entre ellos, India. El respeto de los derechos humanos y, en particular, de los derechos de los trabajadores extranjeros sigue sin ser el punto fuerte de estos países. La noticia de esta pobre empleada india lo muestra claramente. Su caso llama la atención por la brutalidad de los agresores, pero lamentablemente es uno más entre muchos otros.
¿Qué ha cambiado, entonces? Que ahora la noticia de una salvajada como esta da literalmente la vuelta al mundo. Las autoridades indias han protestado, como es lógico, y quien quiera puede leer el texto de la protesta. La ministra de Asuntos Exteriores india, Sushma Swaraj, aireó su enfado a través de Twitter: “Estamos indignados por el trato recibido por esta señora india en Arabia Saudí y lo estamos discutiendo con las autoridades saudíes”. La embajada india en Riad ha pedido que el agresor sea juzgado por intento de asesinato. Quien esté interesado, pues, podrá ver qué hacen las autoridades saudíes, qué castigo imponen a los responsables de este delito y qué medidas toman para que no se repita. También podrá ver la presión que el Gobierno indio ejerce.
En otros tiempos, la tendencia de las autoridades de un país y del otro habría sido evitar que el asunto causara una crisis bilateral seria. Las relaciones entre los estados suelen incluir cuestiones de mucha más envergadura, de las que dependen el bienestar y la seguridad de mucha gente. Los responsables de estas relaciones, aunque actúen movidos por toda la buena fe del mundo, tienen que vigilar que la aparatosidad de un caso concreto no haga descarrilar el entendimiento entre ambos países. Deben proteger los intereses concretos de la víctima, pero por encima de todo deben defender los del país, y puede llegar a un punto en que unos y otros sean contradictorios.
Esto también sucede ahora, ciertamente. La diferencia es que, ahora, la noticia, magnificada por la instantaneidad de las comunicaciones, tiene más repercusión, y esto hace que sea más difícil de esconder tras otros intereses. Antes era un asunto que concernía a la víctima y a los agresores. Hoy, concierne el mundo entero. Los ciudadanos del país de la víctima se enteran, se identifican con ella y reclaman el castigo del agresor.
Si este castigo no se produce, evitar una crisis en las relaciones bilaterales es mucho más difícil que antes. En el caso de la señora Munirathinam, la ministra india de Asuntos Exteriores no estará dispuesta a perder la cara. El embajador tampoco querrá quedar mal. Las mismas autoridades saudíes, ¿cómo quedarán, si el agresor no es condenado? Eso por no hablar de los ciudadanos saudíes que tienen empleados domésticos extranjeros, que ahora ya saben el riesgo que corren si abusan de ellos. Gracias a las nuevas tecnologías y a la globalización, el trabajo doméstico es una cosa y la esclavitud, otra. No sé si las autoridades saudíes castigarán al agresor cortándole los dos brazos, cosa que no estaría bien, si lo enviarán a pudrirse a la cárcel, como sería de desear, o si intentarán cubrir el expediente de cualquier manera, pero la pena de telediario mundial ya no se la quita nadie.
La globalización ha hecho que ahora veamos muchas vergüenzas que antes la falta de información nos ocultaba