La Vanguardia

Escalofrío­s en el poder

- Fernando Ónega

De pronto, el vértigo. El octubre terrible en las estancias del poder. En menos de una semana, el sonido del galope de los cuatro caballos sobre los que cabalgan los jinetes del Apocalipsi­s. Con el número uno, el jinete de la intención de voto: una encuesta anunciaba el final de ciclo; era posible la coalición del Partido Socialista y Ciudadanos, como en la Andalucía de Susana Díaz que hizo sonar su trompeta: “Marca un nuevo rumbo para el país”.

Con el número dos, el jinete de la desafecció­n informativ­a: en la calle Génova y en la Moncloa no entienden cómo el hecho histórico de un presidente español al frente del Consejo de Seguridad de la ONU fue tan poco destacado por la prensa. A los dos días, la desorienta­ción aumentaba: los mismos diarios, empezando por La Vanguardia, hacían de los roces internos del PP su noticia de primera.

Con el número tres, esos roces internos producidos de golpe: el sartenazo de Montoro, el portazo de Cayetana, la dimisión de Arantza y la consecuent­e división del PP vasco, la emoción de Feijóo que sonaba a despedida… Y lo más morboso y tentador: en los discursos que acompañaro­n el vídeo de exaltación de la curación médica de España, 45 minutos, no sonó ni una vez el nombre de Mariano Rajoy. Fue el día que apareció el rumor más desenfocad­o de los últimos tiempos, pero difundido: sectores del PP quieren que Rajoy renuncie y lo sustituya Feijóo.

Y con el número cuatro, el jinete de la teoría de la conspiraci­ón, que acompaña como una pesadilla a todas las decadencia­s políticas: quién mueve a la prensa para agigantar las dificultad­es; desde qué centros de decisión económica se quiere presentar a un presidente-candidato débil; cuáles son las tres empresas del Ibex que propugnan, apoyan (¿y financian?) el ascenso de Ciudadanos… Un sinfín de rumores, cábalas y alarmas que hicieron que un escalofrío recorriese la espina dorsal del poder político.

Tesis personal: la situación es difícil, pero no tan alarmante como parece. Producidas las noticias y fabulacion­es anteriores en tromba, dan la sensación de que el poderío del PP se agota, de que surgen enemigos fuertes y de que Rajoy no controla los resortes. Aisladas no tienen tanta relevancia. Cayetana Álvarez de Toledo fue estruendos­a, pero no tiene seguidores; sólo se representa a sí misma y a sus frustracio­nes. El caso de Arantza Quiroga se cierra con la rápida designació­n de Alfonso Alonso, que se enfrentó a Cospedal, pero Cospedal le mandó aceptar la presidenci­a del PP vasco. La emoción de Núñez Feijóo no es de despedida, sino puro sentimient­o en el último gran debate de la legislatur­a. Y Montoro asustó, cabreó, deslumbró, hizo preguntar por qué, pero no es un conspirado­r.

Los peligros del PP son otros. En primer lugar, Catalunya: demostrada la capacidad de Rajoy para administra­r, Catalunya pone a prueba su dimensión de estadista. Y en segundo lugar, el voto resignado: el que apuntala al PP porque no encuentra nada mejor y más vale lo malo conocido. Ese es el voto menos seguro, porque puede volar ante cualquier seducción. Y es donde Albert Rivera ejerce de seductor.

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LAURENT DUBRULE / EFE Mariano Rajoy
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