“Yo no maté a mi hija”
Una niña. Me acusan de haberla asesinado. Mi hija. ¿Cómo se borran los rastros, los descuidos en la escena donde ocurrió todo? ¿Cómo se construye un relato que aleje al penado del crimen para que el jurado le crea? La sedación casi la mató, pero no bastó: ¿dónde está el pañuelo con que murió asfixiada?, no lo han encontrado ni lo harán. Las cuerdas con las que se ató el cadáver constituyen una prueba, aunque nadie puede demostrar que sean del mismo rollo que las que podríamos tener en el chalet familiar. Indicios y más indicios, pero pocas pruebas. Sobre la droga, contaré a la policía y al juez que nunca se la di, que yo tomo barbitúricos por los nervios como mucha gente juiciosa y que no por eso soy una criminal, que el lorazepam puede hacer la vida un poco más digerible... si no te mata, que mi abogado obvie este último detalle. Diré eso para que no me identifiquen con la sobredosis en la sangre de la niña, ni con sus episodios de somnolencia de tres meses. Diré que ella tenía alergia. Diré, diré...
La gente morbosa querrá saber los porqués. Entiendo que no es exclusivamente el morbo lo que llevará a otras madres a interesarse por mi historia. Hay algo más: la necesidad de comprender, si era o no un plan concertado, cómo se explica lo de la droga en mi vestido... Porque era mi hija, sí, mi hija. Y, sobre todo, cómo se supone que una madre podría perder el juicio
No será el morbo lo que hará interesarnos por la historia de una acusada de matar a su hija sino conocer por qué
si también se la reconoce como persona juiciosa, alguien que había hecho un proyecto de vida con una niña. Lo cierto es que nadie conoce realmente cómo era mi relación con ella. Planea una gran oscuridad sobre el último año. El vacío del final.
Debe de estar pensando la gente que puede que esta acusada, si cometió el crimen, lo hizo por razones que están más allá de su entendimiento. Si él pudo ayudarme, otra de las acusaciones, ¿por qué no le inculpo, o por qué no lo hace él? Creo que cuento con el odio del jurado, de un país entero. Muchos me tratarán de loca porque, con razón, sostienen que la sensatez puede parecer una gilipollez pero posee una capacidad increíble para determinar la vida. Dirán que soy incapaz de distinguir entre el bien y el mal. Con la vida de una hija no se puede jugar al pon y quita, lo que se da no se quita es el dogma de los niños, la vida no es jugar a ser dios. De ello me culpan. Quizá lo vea escrito pronto en algún artículo de opinión de un diario.
Ante el tribunal, ante la policía, ante los que me juzgan, ante los periodistas, querría diluirme, convertirme en un mero charco sobre el suelo de la sala de vistas, desaparecer. Pero aquí estoy, de luto y atrapada. Que el mundo entero contemple a través de mi cara mi tormento. ¿Tengo cara de asesina? ¿Qué cara tiene una asesina? En algún momento dejaré que mis ojos se hagan humanos, las mejillas se me ablandarán y por ellas bajarán unas lágrimas que tal vez se deban a que ya no me queda ningún resquicio de felicidad al que agarrarme.
–Yo no la maté. Yo no la maté.