La Vanguardia

Chartreuse Verde

- Màrius Serra

La cartuja de Montalegre, en Tiana, celebra el sexto centenario. Fue fundada en 1415 según la rigurosa regla que san Bruno heredó de los padres del desierto. Para conmemorar­lo, la Analecta Cartusiana de la Universida­d de Salzburgo y la Associació d’Amics de la Cartoixa de Montalegre organizan del 29 de octubre al 1 de noviembre el XXXIV Congreso Internacio­nal sobre la Cartuja. Sorprende que un reino del silencio tan radical como el cartujano genere tantas charlas, porque en el programa figuran más de treinta sesiones en diversos formatos. Ponencias académicas sobre la historia de la orden presentada­s por doctores de diversas universida­des europeas y también intervenci­ones monográfic­as centradas en las cartujas catalanas. La provincia cartujana de Catalunya, que existió entre 1393 y 1835, por la desamortiz­ación de Mendizábal, incluyó la cartuja de Escaladei, hoy desacraliz­ada, y las dos cartujas que confluyero­n en la actual de Montalegre: Sant Jaume de Vallparadí­s (Terrassa) y Sant Pol de Mar. Quien se inscriba en el congreso, además de los seis créditos ECTS de reconocimi­ento académico, podrá visitar la única cartuja en activo, la de Montalegre, y también Escaladei. Las sesiones académicas se celebrarán en el aula magna del céntrico Seminario Conciliar de Barcelona, pero la tarde del viernes, tras visitar Montalegre, los participan­tes serán conducidos al Casal de Tiana y entonces llegará el gran momento. No por la mesa redonda que haremos sobre la presencia de la cartuja en la literatura contemporá­nea, sino por la única actividad “fora de programa” que figura en el programa. La presentaci­ón del cóctel Montalegre, por Chartreuse Diffusion.

Siempre fui muy partidario del Chartreuse. El agua del Carmen está sobrevalor­ada. Mi abuela Paula, que no le daba ni al vino, siempre que iba al Mons Hilaris (Montalegre) a visitar a su hijo monje (mi tío Màrius vivió medio siglo en la cartuja bajo el nombre de fray Agustí), se bebía un Chartreuse amarillo (43 grados). ¡Y me daba a mí! Creo que la primera vez que bebí tendría siete años. ¡Aquello era la gloria! Con el tiempo me pasé al verde (55 grados), que tiene el color de la esperanza por culpa de la clorofila. En Tarragona aún trafican con botellas de cuando el Chartreuse se elaboraba ahí, y lo pronuncian con jota sonora de Jordi: Jartrès. Visité la Grand Chartreuse a primeros de los noventa, cuando escribía una novela situada en la cartuja y quería investigar la fórmula secreta del licor con la setentena de hierbas de los Alpes. En Voiron compré el Elixir (71 grados) famoso porque Stanley se lo ofreció al doctor Livingston­e en África. Lo mejor es consumirlo en terrones de azúcar bañados. No conocí una bebida más saludable hasta que en 1995 publiqué finalmente la novela y me enviaron a casa dos botellas del Chartreuse VEP (Vieillisse­ment Exceptionn­ellement Prolongé). Veinte años después, aún conservo una, a la espera de una celebració­n sonada. Vivo sin vivir en mí por saber cómo será el cóctel del congreso.

En Tarragona aún trafican con botellas de cuando el Chartreuse se elaboraba allí, y le llaman Jartrès

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