La Vanguardia

La chica de Illinois que quería ser física nuclear

A PUNTO DE CELEBRAR MEDIO SIGLO DE VIDA, CINDY CRAWFORD PUBLICA UN LIBRO AUTOBIOGRÁ­FICO. EN ‘BECOMING’ LA SUPERMODEL­O REPASA SU EXITOSA TRAYECTORI­A, QUE INCLUYE MÁS DE MIL PORTADAS

- EVA MILLET Barcelona HERB RITTS

Ya en las primeras páginas de Becoming, la autobiogra­fía de Cindy Crawford, el lector se da cuenta de que la envidia es un rasgo universal. Incluso en un lugar remoto como DeKalb, la población del estado de Illinois donde nació.

En el instituto de DeKalb no pasaron desapercib­idas ni la estatura (1,76) ni las proporcion­es (86-61-89) de una adolescent­e llamada Cynthia Ann Crawford: una estudiante aplicada, de melena ondulada, que despertaba tantas pasiones como envidias. Este pecado capital motivó un episodio que Crawford detalla en su libro: “Un día, recibí una llamada de una tienda de ropa local, diciéndome que querían contratarm­e para hacer de modelo”, escribe. La idea, asegura: “Nunca se me había pasado por la cabeza”, pero al día siguiente se presentó, ilusionada y de punta en blanco, en el establecim­iento. Cuando notificó al encargado que venía para las fotos, éste se quedó de piedra. Nadie la había llamado, le dijeron. Al salir de la tienda avergonzad­a, Crawford se encontró a dos compañeras de clase, tronchándo­se de malévola risa. “Me sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago”.

Más de tres décadas después de aquella broma pesada, Cindy Crawford es sinónimo de la supermodel­o: ese reducido grupo de profesiona­les que en los 90 no salían de la cama por menos de 10.000 dólares. Su carrera incluye más de mil portadas, decenas de contratos de publicidad y negocios propios. Según Forbes, Crawford se ha convertido en una marca global, que representa “moda, belleza y bienestar”. Con este bagaje ha decidido, a las puertas de los cincuenta, contar su vida. Con la ayuda de la escritora Katherine O’Leary ha publicado Becoming (ed. Rizzoli), donde “comparte historias y lecciones aprendidas, además de sus imágenes más memorables”. En- tre las historias destacan los recelos, especialme­nte en sus inicios, que provocaba su presencia física. Como la primera vez que se presentó a un casting en el estudio de un fotógrafo importante y su secretaria la despachó con un escueto: “Tienes un grano”. Sin olvidar los innumerabl­es comentario­s (también malévolos), que provocaba su lunar sobre el labio. Un defecto que dejó de preocuparl­e “después de aparecer en la portada de Vogue America”, y que es uno de sus rasgos distintivo­s.

Cindy Crawford nació el 20 de febrero de 1966. Era la segunda de cuatro hermanos en lo que describe como “una típica familia americana de clase trabajador­a”. Su madre se casó a los 16 años y era ama de casa. Su padre, electricis­ta. Cindy se crió jugando con sus numerosos primos y celebrando barbacoas en el jardín trasero de su casa. “Una manera fantástica de crecer”, dice, que se vio truncada por la muerte de su hermano pequeño, a causa de una leucemia. Aquella desgracia marcó a la familia y, pese a que las tres hermanas Crawford pactaron convertirs­e en las hijas perfectas, para no darles más disgustos a sus padres, estos se divorciarí­an cuatro años después.

Fue una buena estudiante. Soñaba con ser física nuclear o la primera presidenta de EE.UU. (“Los dos trabajos más importante­s que podría imaginarme”). Se sacó el bachillera­to con nota y consiguió una beca para estudiar ingeniería química en la Universida­d Northweste­rn, cerca de Chicago. Sin embargo, la ingenie-

ría química duró un semestre: por aquel entonces Cindy ya había debutado como modelo y el combinar los estudios con aquella profesión, que ya empezaba a ser lucrativa, le resultó imposible.

En el libro desmiente la leyenda de su descubrimi­ento, mientras trabajaba en los campos de maíz de DeKalb, con shorts, bikini y salpicadur­as de barro. Sus inicios consistier­on en fotos para revistas y catálogos locales, algún desfile y un concurso de belleza. Su primera oportunida­d le llegó con el fotógrafo Viktor Skrebneski, quien le enseñó que la profesión de modelo: “Se basa en saber crear deseo: por la chaqueta, la Pepsi o el reloj que estés anunciando”. No todo fueron envidias en esa época; animada por sus colegas de Chicago decidió ir a Nueva York, a probar. “Incluso me escogieron el novio perfecto que iba tener allí: Richard Gere o John Kennedy Jr.”, escribe.

Toda una profecía, porque Crawford se casó con Richard Gere poco después. La boda se celebró en Las Vegas y quizás por ello, Cindy revela que “nunca sentí que estuviéram­os realmente casados”; la diferencia de edad hizo estragos en la pareja. Se divorció de Gere en 1995, año en el que Forbes la nombró la modelo mejor pagada del mundo. Su segundo matrimonio, con el empresario Rande Gerber, tuvo lugar en 1998. Tienen dos hijos, Kaia y Presley (quien ha heredado el lunar de su madre en el labio). A ellos y a Gerber les dedica el libro, donde no olvida hablar de los grandes fotógrafos con los que ha trabajado. Como Irving Penn, (“cada día, en su estudio, creaba Arte, con mayúsculas”), Helmut Newton y Herb Ritts, su favorito: “Me sacaba como me gustaría verme cada mañana”, dice. Porque, pese a la contundent­e sucesión de atractivas imágenes que muestra en el libro, Crawford asegura que “solo ahora” empieza a sentirse cercana a “la mujer segura de sí misma, fuerte y poderosa que veo en estas páginas”.

La muerte de su hermano pequeño a causa de una leucemia marcó su infancia y a toda su familia

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HERB RITTS
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CORTESIA DE CINDY CRAWFORD
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ARTHUR ELGORT Aunque la clave de su éxito son las fotografía­s que muchos hombres aún deben tener en su cajón de los recuerdos, Cindy también se adueñó de la televisión. Lo hizo en el anuncio para Pepsi emitido durante la Super Bowl de 1992. El sex-appeal que...
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