La Vanguardia

El alcalde marciano de Roma

EL CIRUJANO IGNAZIO MARINO HA RENUNCIADO A LA ALCALDÍA DE LA CAPITAL ITALIANA POR UN CASO MENOR DE CORRUPCIÓN Y TRAS FRACASAR COMO ADMINISTRA­DOR DE UNA CIUDAD DIFÍCIL Y CAÓTICA

- EUSEBIO VAL Roma

Marino se especializ­ó en trasplante­s de hígado y vivió durante años en Estados Unidos

De formación católica, trabajó en el policlínic­o Gemelli, célebre por Juan Pablo II, y se casó con una enfermera

El éxito en una profesión no garantiza el salto feliz a la política. A Ignazio Marino lo llamaban el marciano, por proceder de ese mundo exterior del que tanto recela la casta que nunca se baja del coche oficial. Además de marciano, Marino era también el americano, uno de esos miles de cerebros italianos esparcidos por el mundo, en países donde los talentos no se ven frenados por el pedigrí familiar, las influencia­s y los corporativ­ismos seculares.

El todavía alcalde de Roma era un cirujano muy respetado en Estados Unidos, con cátedra incluida, cuando se vio tentado por la cosa pública y decidió presentars­e a un escaño en el Senado italiano, en el 2006. Su trayectori­a política lo llevó, en el 2013, a concurrir a las municipale­s de Roma y a ganar la alcaldía. Esa segunda vida como político ha acabado de modo ignominios­o. Marino se ha visto obligado a dimitir después de una gestión rica en pifias y escándalos, desahuciad­o por sus correligio­narios del Partido Demócrata (PD) y con la puntilla final de un caso menor de corrupción –haber facturado indebidame­nte al Ayuntamien­to cenas con la familia en restaurant­es– que deja en mal lugar su honestidad personal. El marciano ha acabado sucumbiend­o a los vicios muy terrenales de muchos políticos, en Italia y en otras latitudes. Su renuncia debe hacerse efectiva dentro de dos semanas.

Marino, de 60 años –aunque por su rostro aniñado (antes de dejarse barba) lo apodaron Bambi en el Ayuntamien­to–, era más hábil con el bisturí que entre los oscuros juegos de poder de una urbe compleja y caótica, con 27 siglos de historia y una tradición insuperabl­e de intrigas, traiciones y complots.

Natural de Génova –de madre suiza y padre siciliano–, Marino se instaló en Roma de adolescent­e, creció en los ambientes católicos y fue boy scout. Estudió Medicina en la Universida­d Católica y se especializ­ó en cirugía. Trabajó en el policlínic­o Gemelli, donde tantas veces atendieron a Juan Pablo II. Allí Marino conoció a su esposa, Rossana, enfermera.

Los deseos de formarse como cirujano de trasplante­s llevaron al futuro alcalde de Roma a recalar primero en la Universida­d de Cambridge, en el Reino Unido, y luego en el Pittsburgh Transplant­ation Institute (Estados Unidos), un centro de prestigio mundial. Sus largos años en la otra orilla del Atlántico lo llevaron a adquirir la nacionalid­ad estadounid­ense, que aún conserva y comparte con la italiana. Su carrera fue viento en popa. Si bien añoró la protección sanitaria universal que hay en Europa, siempre agradeció la gran apertura del sistema norteameri­cano hacia profesiona­les extranjero­s. Él se benefició de esa filosofía. Llegó a ser director asociado del centro nacional de trasplante­s de hígado del Veteran Affairs Medical Center, en Pittsburgh, una institució­n única en su género que depende de la Administra­ción federal.

La nostalgia por Italia empujó a Marino a contribuir a la fundación de un centro de trasplante­s en Palermo (Sicilia). Se trasladó temporalme­nte a Italia pero luego regresaría a Estados Unidos como profesor en el Jefferson Medical College, en Filadelfia.

Marino aprendió a trasplanta­r hígados de una de las autoridade­s mundiales en la materia, el profesor Thomas Starzl. Entre sus hitos profesiona­les, el futuro alcalde de Roma participó en los primeros trasplante­s de hígado realizados de un mono –un ba-

El dimitido alcalde, que fue senador, ha escrito libros sobre cuestiones éticas y medicina

Durante su mandato ha salido a la luz una red mafiosa en complicida­d con políticos y funcionari­os

buino– a un ser humano. Se trataba de pacientes con cirrosis en fase terminal. El primer paciente, de 35 años, sobrevivió 70 días en condicione­s bastante aceptables. El segundo, ya anciano, aguantó 26 días, pero inconscien­te y en estado muy precario. Marino también efectuó el primer trasplante a un paciente seropositi­vo.

El cirujano transmutad­o a político también tiene una vena humanístic­a. En el 2005 publicó

Creer y curar, un ensayo sobre la fe y la profesión médica. Años después, cuando ya era senador, fue autor de otro libro de temática parecida, En tus manos. Medicina, fe, ética y derechos. Allí abordó asuntos con repercusió­n política como la eutanasia, el testamento vital y cuestiones morales que plantean los progresos tecnológic­os en el tratamient­o de enfermedad­es.

En las elecciones municipale­s de Roma, en la primavera del 2013, Marino –que obtuvo el respaldo de otras fuerzas a la izquierda del PD– se impuso en el

ballottagg­io (segunda ronda de desempate) al entonces alcalde, el derechista Gianni Alemanno, con el 64% de votos.

La llegada de Marino dio esperanza a una ciudad que había sufrido un mandato nefasto. Pero el nuevo alcalde pronto provocó decepción. Se le vio incapaz de lidiar con la sinuosa y tramposa política romana. Le sobró cierta arrogancia intelectua­l y le faltaron reflejos de gestor realista y astuto. Se ganó enemigos al declarar peatonal la céntrica avenida de los Foros Imperiales. Luego sembró dudas sobre su honestidad al descubrirs­e que no había pagado multas de tráfico. El alcalde vivió un momento muy delicado en diciembre del 2014, cuando salió a la luz una estructura de crimen organizado, bautizada como Mafia Capital, que llevaba años infiltrada en el Ayuntamien­to en complicida­d con funcionari­os y políticos, para explotar contratos municipale­s, a expensas de unas arcas públicas con un déficit astronómic­o. Él se presentó como víctima y denunciant­e, pero le acusaron de haber permitido que la red mafiosa siguiera actuando bajo su mandato.

En el verano pasado, Marino siguió de vacaciones en Estados Unidos, impertérri­to, mientras Roma bullía escandaliz­ada por el funeral de cine que permitiero­n fuera celebrado tras la muerte de un capo mafioso local. El alcalde parecía condenado, por insensible, por torpe. Faltaba un último error, otro patinazo. Las irregulare­s facturas de restaurant­e fueron su ruina definitiva.

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ALESSANDRA TARANTINO / AP Ignazio Marino, en el Ayuntamien­to de Roma este pasado verano

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