La Vanguardia

“El papa Francisco me regaló un rosario que entra al quirófano”

- NÚRIA ESCUR

No llega a los 50 quilos. “Me he quedado con medio estómago”. Pero en ese cuerpo chiquito cabe mucho talento y mucha tozudería. Sorteados algunos obstáculos y otros tantos prejuicios, Concha Velasco sigue siendo una institució­n. Ahora, tras su pulso contra un cáncer linfático, repite “los labios pintados, el lunar puesto y los zapatos... de tacón!

Fue chica yé-yé y Santa Teresa, Filumena Marturano y Doña Inés. Conoció de cerca galanes y rufianes, entró en el cerebro de los mejores directores y supo siempre explicarse inteligent­e y meridianam­ente. Ha vuelto a Barcelona con Olivia y Eugenio, historia de una madre con un hijo síndrome de Down. “Es una lotería genética, en todas las familias hay, en la mía también”.

Quería hacerle una entrevista desde hace 30 años, cuando hizo Teresa de Jesús. ¡Es lo mejor que he hecho en mi vida! Maravillos­a Josefina Molina. No va a haber otra serie así. Para empezar, TVE tenía un presupuest­o enorme.

Le han pedido que la repita.

Y no he querido. Alguno se habrá enfadado pero... es irrepetibl­e. Si yo tuviera que dejar un legado a mis hijos, para que estuvieran orgullosos, sería mi Santa Teresa.

No le gustan las segundas partes en nada, ¿verdad? En la vida, volver al mismo sitio donde se fue feliz es un error.

¿Ve como usted es mística? Soy castellana antigua, vallisolet­ana, comunera, me preocupa la buena dicción y he leído mucho a los místicos. Me gusta estudiar.

¿Tras este hay otro mundo? Ya me gustaría. Me consuela mucho creer en Dios y llevo la Virgen del Pilar en el bolso. Y ahora le rezo mucho al papa Francisco. Intenta abrir puertas. ¿Sabe? Me regaló un rosario que entra al quirófano conmigo cada vez. Se lo dio a Paloma Gómez Borrero: “¡Ah! Concha Velasco, ¡la que interpretó a Santa Teresa!”. Se lo he pasado a una amiga para un año. Tener un amigo es más difícil que enamorarse.

Siempre le brillan los ojos

Hija mía, me encanta que me diga eso. Porque algún director de cine no quiso que brillaran, decía que centelleab­an en pantalla.

¿Entiende la tiranía de las operacione­s de estética? No quiero incurrir en eso. Una vez me perfilé la barbilla y no vuelvo a entrar a un quirófano si no es a rastras... Estuvo a punto de rechazar

Olivia y Eugenio porque la protagonis­ta también estaba gravemente enferma. Cierto. Lloré mucho pero me niego a recrearme en la queja. Dice Meryl Streep que si interpreta­s a alguien que tiene que ver contigo sale mal buscar paralelism­os. Yo he sido Santa Teresa y no soy santa. ¿O se creen que luego llego a casa y levito o me transverbe­ro?

También fue Mata Hari.

Y no salió mal. La vida hay que vivirla, y está fuera del escenario. La vida es otra cosa, querida mía.

¿Por qué dice que se ha equivocado tanto en el amor? La vida se me ha dado muy mal, en ese sentido. Le he dedicado tanto tiempo, y le dedico, a esta pasión, que me olvidé del resto.

¿Adicta al trabajo? Bueno, si levantarse a las cuatro de la mañana para repasar un papel es adicción, entonces sí.

Cortisona para trabajar.

Sí, la cortisona casi me ha matado a mí, con las afonías me pegaba unos chutes por esa manía mía de trabajar a toda costa. Y además... Reconozco que soy una buena actriz, caray. ¿Es eso ser vanidosa?

Es estar orgullosa y en paz.

“El otro día pasé por delante del palacio de Pedralbes y recordé una historia que tuve con un señor en un 600” “Los desnudos los hacíamos como acto de rebeldía, porque no hay ningún desnudo necesario”

Me ayuda a seguir... Yo me lo he tragado todo yo sola. Cada mañana, cuando abro los ojos, pienso si se habrá ido algún compañero.

Ana Diosdado.

Fue un mazazo enorme. Nos había unido un novio común, Juan Diego, y fuimos confidente­s de cosas muy personales. Un infarto. Luego pensé que era lo mejor; Ana no hubiera soportado el deterioro al que estaba sometida, como yo, tenía leucemia.

Las peores cosas le han ocurrido los últimos diez años.

He luchado tanto en estos diez años, contra viento y marea... y no me refiero sólo a la enfermedad, tanto, que ¿sabe? siento por mí... una admiración sin límites.

La felicito. Aunque las deudas dan insomnio.

Y las sigo pagando. Pero, ¿sabe lo que más me gusta de mí? Que no echo la culpa a nadie. ¡La culpa de todo lo que me ha pasado la tengo yo, uno es el que elige!

¿El amor de su vida llegó antes, con o después de Marsó?

¿Para qué decir nada que haga daño a mis hijos? Es que, muy bonito, muy bonito, no fue nada...

¡Mujer!

Bueno, me lo he pasado muy bien, ¿eh? El otro día pasé por delante del palacio de Pedralbes y recordé una historia que tuve con un señor, dentro de un seisciento­s.

Se peleó con su última biógrafa. ¿Se llevará sus secretos?

La última vez, el negro o la negra que me las escribió, metió cosas alucinante­s. ¡Que yo me hice una fertilizac­ión en la Dexeus! ¿Pero de dónde sacó esa animalada?

Su madre sí llevaba un diario.

Inteligent­e, republican­a, escritora y religiosa, porque se puede ser todo eso a la vez. Sufrió... tengo una foto que estoy yo guapa a rabiar y ella con carita triste. Era tan lista que jamás escribió nada que nos pudiera doler. Apuntaba “estamos a 32 grados. La Chiti me visita, esta hija trabaja demasiado; a él le duele la rodilla”.

Más breve que Pío Baroja.

¡Y que Azorín! Me decía: “Chiti, a los hijos no se les pide, se les da”. Y se lo voy a contar, aunque ellos se van a enfadar: ¡Mis hijos lo han vendido todo para ayudarme! ¿Para qué quiero más premios?

Sólo le falta el Oscar...

A ese no voy a llegar. Pero cómo me habría gustado ser Pilar Bardem cuando se lo dieron a su hijo.

¿Con algo de Berlanga?

¡Mi Dios! Ya quisiera el Billy Wilder de Trueba. ¡Le perseguí tanto, me desnudé! Porque yo persigo a los directores, no me acuesto con ellos. Su mujer me dijo qué hacer para conquistar­le. Lo logré.

¿Qué fue peor: la censura, el veto o desnudarse?

Lo de los desnudos era muy incómodo. Los hacíamos como acto de rebeldía, porque no hay ningún desnudo necesario. Y decíamos aquello de “con Fraga, hasta la braga”, nos ponían multas.

¿Quien mejor besaba, de veras, era Fernán Gómez?

¡Sin duda! En el cine sólo hay tres besos: Lo que el viento se llevó, El hombre tranquilo y, en La Colmena, Pepe Sacristán y yo.

Se olvida de Burt Lancaster en la playa con Deborah Kerr.

No está mal pero mejor igual nos cuentan el making off y nos defrauda. ¡Qué manía! A mí no me importa si Bogart era bajito y se ponía alzas, ¡me importa que en Casablanca llorara con un piano!

Cada vez que habla de política, monta un berenjenal.

La última por decir que Podemos hacía falta. Al día siguiente me vetaron, anularon un trabajo. ¡Eso pasa, lean a Javier Marías!

¿Defraudada por socialista­s?

Amiga mía, esta es la pregunta que ahora no quiero contestar. Yo sé a quién votaré. Pero nunca he tenido una sensación de falta de libertad como la que vivo ahora.

¿Ni en el franquismo?

No, porque entonces sabías quién era quién. Hacíamos teatro comprometi­do, nos declarábam­os en huelga, sabíamos lo que nos podía ocurrir. Ahora no sólo temo a los dirigentes de partidos sino a las plataforma­s que les respaldan.

Nunca negó que iba a trabajar a La Granja.

Cuando me invitaban. Mi padre era militar, asistente de Franco, y yo a mi padre le adoraba. Lo malo habría sido que yo no evoluciona­ra. Y lo hice, ¡vaya si lo hice!

¿Le parece injusto que digan que Cine de barrio es rancio?

Era nuestra historia, gente que dio trabajo, que ponía dinero de su bolsillo; venga, hombre, se meten con Cine de Barrio y mato. La única encantada es la presentado­ra, pero la cadena para nada.

El teatro es la prueba de fuego del verdadero actor.

Sí, aunque en España se ha tardado mucho en reconocerl­o. En Inglaterra, nadie que no haga una obra de teatro, al menos cada dos años, es considerad­o actor. Yo soy la única actriz de mi generación que no ha sido doblada.

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Concha Velasco, según su definición “vallisolet­ana de muchos conocidos y pocos, pero buenos, amigos”, en el Avenida Palace de Barcelona, ciudad donde ha recalado para representa
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CÉSAR RANGEL r, en el teatro Goya, Olivia y Eugenio

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