Las mujeres como universo
Ahora sólo ejerce de artista y vive medio retirado, pero a Lluís Llongueras se le reconoce como un estilista de éxito internacional, con salones por todo el mundo. Convertirse en el peluquero de Salvador Dalí le alimentó el temperamento creativo, no obstante, antes de aprender el oficio –y de sentir inclinación por la fotografía, la pintura y la escultura–, desplegó de muy pequeño el instinto comercial. “Tenía ocho años y ya guardaba paradas en el mercado de Sant Antoni”, confiesa. Así ganó sus primeras pesetas. Después, basándose en unas felicitaciones de Navidad que vio en la revista Esquire, cuándo aquí todavía no se enviaban, fabricó christmas en pequeñas cartulinas y las vendió a una librería del barrio.
Después de trabajar en una panadería, que no le gustó nada por el trato tosco de los empleados, el padre le propuso que aprendiera el oficio de peluquero. Llongueras empezó con catorce años en un establecimiento de la Rambla de Catalunya, cerca de la Diagonal. “Allí venían clientas tipo Hollywood, en coche, me cambiaba en el vestuario con las chicas, todas iban en sostén o en combinación, yo era el Lluïset en manos de ellas y puedo decir que me hice peluquero por las mujeres”, rememora. Eso, y la afición por el arte, le empujaron a coleccionar láminas de desnudos femeninos y a mirarse a la mujer como un ideal de belleza a quien con su trabajo tenía que complacer.
De Esparreguera, donde nació en 1936, y donde vivió hasta los cinco años y medio, retiene flashes perfectamente marcados: “Recuerdo la magia de la cascada de agua en el jardín, la escalera ancha que subía a gatas, el orinal que me puse por sombrero y me dejó hecho un asco, el padre transformando completamente la casa cuando montaba el belén por Navide dad, la madre que me dio el pecho hasta que casi tenía tres años...”. ¿Y la guerra? Entonces no se hablaba. El pequeño Lluís ni se enteró, “los padres no hablaban nunca ni de religión ni de política”. Otra cosa era La Passió. En Esparreguera todo el mundo intervenía. “Yo conocía a la que hacía Virgen María, que vivía una calle más allá, al Jesucristo, que se llamaba Frank, y al Judas que era muy simpático”, explica Llongueras que cuando veía las imágenes en la escuela de monjas donde iba, se extrañaba: “No, la Virgen María no es esta, yo sé quién es porque la conozco”.
En 1942 la familia se instaló en Barcelona. Lluís fue a la academia del señor Pagani, un italiano liberal. Después estuvo interno en los Salesianos de Horta. Llongueras fue un joven atrevido. Los viajes a París le hicieron descubrir la admiración que fuera sentían por Dalí, mucho más que en Barcelona. Contactar con el pintor fue fácil. Le invitó al happening que montó en 1961 para inaugurar la peluquería de lujo de la avenida Pau Casals. La amistad duró hasta pocos días antes de la muerte de Dalí cuando Llongueras le visitó en la torre Galatea de Figueres.
El peluquero ha tenido una vida intensa. Durante unos años tenía dos familias en paralelo, con hijos en cada una de ellas. El conflicto estalló cuando una parte quiso disputarle la titularidad del negocio. Después de llegar a un acuerdo la paz se impuso y ahora el hombre disfruta de sus nietos, controla la imagen Llongueras de los salones de su titularidad y sobre todo dedica tiempo y esfuerzo a la pasión artística.
La fotografía y la pintura, poco a poco, han dado paso a la escultura. Ahora mismo exhibe una exposición de bronces en uno de sus establecimientos, en la calle Enric Granados. Inquieto, intuitivo y experimentador, el universo de Llongueras es el de las mujeres. “Yo no me considero guapo, pero tengo una manera de mirar a las mujeres a los ojos, con una sonrisa que les gusta, eso nació en mí y me ha hecho mucho feliz”, concluye.
Contactó con Dalí por primera vez en 1961 para invitarle a la inauguración de un salón de peluquería de lujo