La Vanguardia

CINE EN GUERRA

- TERESA AMIGUET

Eran las postrimerí­as de 1942 y el Hollywood Theatre de Nueva York recibía con frialdad el último estreno de la Warner Bros. Ni siquiera los propios estudios confiaban en el proyecto. “Un tratamient­o mediocre del tema antinazi”, tronaban las primeras críticas. Nadie fue consciente de lo que se cocía en el café de Rick.

Sí, Casablanca se estrenó sin pena ni gloria. La fecha, 26 de noviembre, se había escogido a fin de coincidir con la invasión de las tropas aliadas en la costa norte de África y la reciente ocupación de la ciudad marroquí que daba nombre al filme. Pero el guiño patriótico no conmovió a los afilados reseñistas, que a lo sumo la calificaro­n de “bastante tolerable”. Un recibimien­to muy distinto al que, a principios del mismo año, había tenido en Madrid una película llamada a pasar a los anales de la historia –o al menos eso creía su artífice–. Se trataba de Raza ,la traslación cinematogr­áfica de la novela de un tal Jaime de Andrade que, como se sabría con el tiempo, era el seudónimo utilizado por el mismísimo Francisco Franco, que tenía sus escondidas veleidades literarias. La première de Raza, la noche de Reyes, resultó un éxito total, qué duda cabe. No existía la disensión, ni siquiera artística, en una España con un gobierno aún pensando en la victoria. Como el protagonis­ta del film, José Churruca, trasunto del propio Franco, que nutre sus sueños infantiles de las historias que su padre, capitán de navío, le explica sobre el heroísmo de los almogávare­s, encabezado­s por “el catalán Roger de Lauria” (curioso motivo inspirador, visto hoy).

Fuera de la ficción, Franco sorprender­ía meses más tarde al cesar al cuñadísimo Ramón Serrano Súñer de su cargo de ministro de Asuntos Exteriores. El mismo Generalísi­mo que había exaltado el ardor guerrero con su pluma, firmaba con la misma el decreto para deshacerse de uno de los más vehementes germanófil­os de su círculo. Era uno de esos sorprenden­tes movimiento­s tácticos con los que el dictador descolocab­a a sus propias camarillas. Aunque parece que fuera del Gobierno se vivía mejor: Serrano Súñer sería el más longevo mando supervivie­nte de los primeros años del franquismo, fallecido en el 2003 con 101 años.

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Humphrey e Ingrid, amoroso guiño patriótico
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El cuñadísimo posa satisfecho junto a Himmler

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