El barómetro de Europa
Las elecciones polacas confirman el giro de la UE hacia los extremos y el euroescepticismo
No puede decirse que en Polonia haya sido la economía, como a menudo se razona ante un vuelco político inesperado, lo que explique la arrolladora victoria del partido ultraconservador, nacionalista y antieuropeo Ley y Justicia (PiS, en sus siglas polacas) frente a Plataforma Cívica, el partido miembro del PPE que ha gobernado el país desde el 2007. En este tiempo, a pesar de coincidir con una crisis que ha devorado a bocados la riqueza de la UE, el producto interior bruto polaco ha aumentado en casi un 25%. El país, el único del club que no entró en recesión en el 2008, goza de una tasa de paro inferior al 10% (aunque a costa de una fuerte emigración) y puede presumir de otra rareza, tener la deuda pública bajo control, gracias en parte al buen aprovechamiento de los fondos europeos.
Ninguno de estos logros ha seducido a los polacos tanto como el discurso nostálgico del partido de Jaroslaw Kaczynski, cargado de nacionalismo, euroescepticismo y la defensa de un Estado fuerte en tiempos de soberanía compartida, incertidumbres y cambios. El acontecimiento que, significativamente, decantó las empatadas encuestas a favor del PiS fue la crisis de refugiados. El no a la integración europea, no al euro y no a la imposición de la UE de acoger más demandantes de asilo de Kaczynski (quien esta vez no será primer ministro aunque moverá los hilos desde el partido) resultó un discurso más atractivo.
No es un fenómeno aislado. El barómetro polaco augura tormentas en más países del club. La victoria de PiS reúne algunos de los ingredientes que en el último año han empezado a redibujar el mapa político de la Unión Europea. Elección tras elección, las dos grandes familias políticas europeas, artífices del consenso europeo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pierden posiciones en todos los puntos de Europa en beneficio de formaciones de nuevo cuño, a menudo en los extremos del espectro político y con tendencias antieuropeas. Si en Polonia ha sido la ultraderecha la que ha relevado a la derecha tradita cional, en Grecia a los conservadores les ha barrido la extrema izquierda de Syriza. En Portugal, los partidos socialistas y de extrema izquierda (anticapitalista y antieuro) tejen alianzas para gobernar y desalojar a los conservadores del premier Pedro Passos Coelho.
El arco parlamentario se presen- más fragmentado que nunca y las coaliciones con partidos de extrema derecha o discursos xenófobos, que hace una década llevó a la UE a sancionar a Austria, hoy ya ni llaman la atención (las hay en Finlandia y Dinamarca). El fenómeno se retroalimenta y lleva a las fuerzas moderadas a endurecer su discurso para frenar el avance de los partidos protesta, populistas o extremistas, como ocurre en Hungría, Eslovaquia, Holanda y Bélgica. “En Hungría la izquierda no existe. Si Viktor Orbán se va, sólo puede llegar Jobbik”, la extrema derecha, advierten fuentes del PPE justificando casi todo al primer ministro húngaro
(sólo cuando defendió la pena de muerte se le dio un toque). El mismo fenómeno, aunque en menor grado, se observa en Francia ante el auge de Marine Le Pen, furibunda crítica de la integración europea, el euro y la zona Schengen. El Frente Nacional es la formación favorita en las elecciones regionales de di- ciembre, que Le Pen pretende usar de trampolín para conquistar la presidencia de la República y acabar, de paso, con la Unión Europea.
Los consensos europeos son cada vez más difíciles de alcanzar, como se está viendo con la crisis de asilo. Los jefes de gobierno de Austria y Eslovenia advirtieron este domingo del riesgo de que la Unión se desmorone si no se resuelve bien este desafío. “La crisis de refugiados va a costar muchos gobiernos en Europa en los próximos años”, decían antes de las elecciones fuentes del PPE, poniendo en duda incluso la supervivencia política de la canciller Angela Merkel.
Polonia fue precisamente el único país del Este que atendió a los argumentos de Berlín sobre la obligación legal y humanitaria de ayudar a los refugiados. Merkel pierde así un aliado clave en la región, y en este debate en particular, y lo gana el húngaro Orbán, de quien Kaczynski es un confeso admirador. Se espera que Polonia se convierta en un socio más problemático en política exterior, con posiciones aún más duras sobre Rusia, y en las negociaciones sobre energía y cambio climático, por su conocido rechazo a dejar atrás el carbón, temas donde PiS ha criticado al gobierno de Plataforma Cívica por no defender bien los intereses nacionales.
El retorno de Kaczynski, admirador confeso de Orbán, augura negociaciones difíciles en la UE