La Vanguardia

El carro y los bueyes

- Rafael Jorba

Una pregunta recurrente se formula en relación con el caso del 3% que afecta a CDC. ¿Hasta qué punto este episodio judicial sobre presunta corrupción en el partido del Govern pone en riesgo la hoja de ruta independen­tista? Es evidente, como dice Joan B. Culla, que en el llamado proceso se aprovecha todo, como pasa con el cerdo. Partidario­s y detractore­s utilizan cualquier acontecimi­ento para esgrimirlo como arma arrojadiza contra el adversario. Sin embargo, discrepo tanto de los que cargan las tintas contra el proceso para concluir que el oasis catalán es una fosa séptica como de aquellos que sostienen que la independen­cia sería la panacea de todos los males.

La democracia es la forma civilizada de resolver los conflictos, pero no es el remedio para acabar con la conflictiv­idad ni menos aún con la contradict­oria condición humana. Sostengo que el problema del proceso es su propia lógica. Sus impulsores no sólo inventaron un vocabulari­o político a medida –pacto fiscal por concierto, derecho a decidir por autodeterm­inación...–, sino que pusieron el carro delante de los bueyes, como decimos en catalán. Emprendier­on la llamada vía escocesa, pero al revés: no sólo pidieron una consulta cuando en el Parlament no había una mayoría independen­tista, sino que aprobaron una resolución de soberanía (23/I/2013) que proclama que “el pueblo de Catalunya tiene, por razones de legitimida­d democrátic­a, carácter de sujeto político y jurídico soberano”.

De haberse tomado al pie de la letra su resolución, el Parlament debía haber aprobado al día siguiente la DUI (declaració­n unilateral de independen­cia). El problema de fondo –repito– es la propia lógica del proceso. Ha sucedido lo mismo con las elecciones plebiscita­rias. El president apuró hasta el último día hábil –ayer mismo– para celebrar el pleno de constituci­ón del Parlament, dada “la negociació­n de alta complejida­d” entre Junts pel Sí y la CUP. Una alta complejida­d que traduce un hecho: las elecciones no han servido ni para avalar el plebiscito –la mayoría absoluta de votos– ni para fraguar una mayoría de gobierno.

La contradict­io in terminis de las plebiscita­rias no sólo se concretó en una campaña donde el eje identitari­o desplazó al programáti­co, sino que rige la lógica postelecto­ral: Mas debe pactar con la CUP para salvar el proceso, pero ese pacto no le garantiza la acción de gobierno que sí podría alcanzar con otras fuerzas de la Cámara. Ni plebiscito ni elecciones –un país empatado consigo mismo y sin una mayoría estable de gobierno–, pero con daños colaterale­s fruto de la lógica identitari­a del 27-S: por primera vez, el primer partido de la oposición no pertenece a la tradición del catalanism­o político. ERC ha sido engullida por la lista del president y el PSC va camino de la irrelevanc­ia, como repiten los intérprete­s del proceso.

No todo son malas noticias. Carme Forcadell fue elegida ayer nueva presidenta del Parlament de Catalunya. Se ha hecho legal lo que ya era normal en la calle: la expresiden­ta de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) preside nuestra asamblea nacional. Felicidade­s.

Ni plebiscito ni elecciones: tenemos un país empatado consigo mismo y sin una mayoría estable de gobierno

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