El balance de Rajoy
MARIANO Rajoy ha hecho balance de la legislatura que empezó en diciembre del 2011 y concluyó ayer con la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones generales para el 20 de diciembre. A grandes rasgos, el balance de Rajoy fue muy positivo. Incluso triunfalista. Es verdad que el presidente asumió el poder en una coyuntura adversa, cuando la crisis tenía a España contra las cuerdas. Y es verdad que, gracias a sus políticas y a la propia evolución del ciclo económico, la situación es hoy mejor. Sobre eso no cabe mucha discusión. No porque la circunstancia actual sea óptima para todos, que no lo es, sino porque en el transcurso del último cuatrienio, en términos objetivos, se ha ido a más.
Rajoy recordó –y se atribuyó el correspondiente mérito– que España había evitado en este periodo un rescate europeo, cuyas consecuencias para los países que sí tuvieron que asumirlo han sido muy dolorosas. Recordó también que, a los dos años de asumir el cargo, la economía española puso fin al ciclo bajista y empezó a crecer, discretamente. Desgranó otros hechos, como que las cifras del paro empezaron a mostrar un rostro algo más amable en el 2013; que al año siguiente la Seguridad Social dejó de perder afiliados, y que entre el año pasado y este 2015 se han creado alrededor de un millón de empleos. No hizo hincapié, dicho sea todo, en que muchos de ellos son temporales y precarios. Tampoco lo hizo respecto a las subidas de impuestos como el IRPF o el IVA. Quizás no era, a su entender, el momento. Como tampoco debía serlo para hablar de corrupción, que en la esfera de su partido ha tenido expresiones lamentables, como el caso Bárcenas.
Rajoy puede pues presentar, y con razón, un balance económico de signo positivo, al que contribuyó la reforma laboral, también lesiva, pero inexorable. Sin embargo, en lo tocante a la cuestión catalana, su balance es deficiente. La situación está mucho más enconada ahora que cuando él llegó al poder. La deriva soberanista catalana obedece en parte a la acción de organizaciones cívicas y públicas como la Generalitat. Pero es obvio que la actitud del Gobierno central no ha ayudado y ha sido decepcionante para cuantos, en Catalunya y en España, apuestan por una solución dialogada y negociada. No ha habido, por parte del Gobierno Rajoy, un contrarrelato atractivo, ni propuestas para dar con una salida satisfactoria para ambas partes, ni confianza en la política. Por ello esta legislatura de Rajoy se recordará como la de una primera salida de la crisis, pero, también, como la del agravamiento de la cuestión catalana.