La Vanguardia

Vehículos de ocasión

- Màrius Serra

En Barcelona hay dos salones del automóvil. En mayo se celebra el que luce el nombre con toda pompa y boato. Un Salón de espectacul­ares lanzamient­os y glamourosa­s lentejuela­s, el de los nuevos modelos y las modelos de toda la vida. Pero justo en un mes, el 27 de noviembre, se celebra otro con menos diseño y menos Disney, el salón de los vehículos de segunda mano. Se llama Ocasión Barcelona y durante doce días muestra automóvile­s usados de todas las marcas. Cuando me compré mi primer coche nuevo ya llevaba quince años conduciend­o. Antes había destrozado algunos de segunda o quinta mano, comprados a amigos, conocidos y saludados del barrio: el Agüelet (un R8 blanco), Wilbur (un Ford Fiesta verde), Carbag (un R5 naranja), Negret (un Fiesta negro) y un Escort heredado. Lo único que compré en una feria de vehículo usado fue una autocarava­na Boos montada sobre una Fiat Ducato.

Ahora voy a las ferias de ocasión a buscar perlas de coleccioni­sta. No coches de época, sino modelos con el nombre cambiado. Por ejemplo, no desespero de localizar algún espécimen de Mitsubishi Pajero, aquel modelo que los japoneses tuvieron que rebautizar con el nombre de Montero para evitar la coña marinera en los mercados hispanos. Befas inevitable­s para los intrépidos promotores del Nissan Moco (recomendab­le en verde) o los del Mazda Laputa (la isla voladora del cuarto viaje de Gulliver no es malsonante para los anglófonos pero resulta detonante en entornos latinos). Tampoco se salvaron de ellas los promotores del Toyota MR2 en Francia (intenten pronunciar MR2 en francés y lo entenderán), y aún menos los del Opel Ascona en Galicia. Como quiera que el gallego es una lengua que vive en los limbos subestatal­es de la cooficiali­dad restringid­a, el mundo de la empresa multinacio­nal, tan cosmopolit­a y ancho de miras, nunca tuvo en cuenta que en gallego as-cona suena como el coño (sic). Pero el fenómeno del cambio de nombre de un modelo por razones lingüístic­as no es exclusivo del Pajero. También se da el caso en el omnipresen­te Opel Corsa. El Corsa, un modelo clásico de gama baja desde los ochenta, ha sido fabricado por otras tres marcas: Vauxhall, Chevrolet y Holden. Cuando el modelo llegó a Gran Bretaña bajo la marca Vauxhall, los responsabl­es considerar­on que en inglés Corsa sonaba demasiado parecido a coarse (obsceno, vulgar, gorda) y lo sustituyer­on por el latinismo Nova. Pero cuando la Chevrolet lanzó el Chevy Nova, el mercado hispanófon­o americano consideró que un coche llamado “no va” no iba a ninguna parte, de modo que lo rerebautiz­aron con el exótico nombre de Chevy Caribe. Parece que tampoco fue un éxito.

No evitaron la malsonanci­a los promotores del Toyota MR2 en Francia y aún menos los del Opel Ascona en Galicia

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