Híbridos audiovisuales
Magnífico arranque de la serie inglesa Unforgotten. La protagonista es una inspectora cincuentona que no sigue el patrón de las policías que imitan los hábitos de inspectores interpretados por hombres (separados, alérgicos a la autoridad, fumadores, con hijos conflictivos) ni el perfil alternativo de policías escandinavas raras, atormentadas por traumas que les impiden ser amables o locuaces. Cassie Stuart, interpretada por la luminosa Nicola Walker (que repite papel policial en River), es una policía normal que se empeña en averiguar quién mató a un joven adolescente. Particularidad: el joven murió hace treinta y nueve años. La determinación con la que investiga plantea dos reflexiones: a) ¿hay que invertir en una justicia retrospectiva cuando no hay medios para las injusticias actuales?, y b): ¿y si los culpables se han redimido y se han convertido en ciudadanos ejemplares? ¿Os suena este dilema? Una pista: Videla, Pinochet, Franco. El modo como Stuart lidera su equipo rehúye el histrionismo de la bronca y subraya una empatía con los familiares de las víctimas que es inteligentemente femenina sin caer en sermones y tabarras supuestamente feministoides.
NO SABER NADA. En uno de los excelentes programas Nadie sabe nada (Ser), Berto Romero dijo una gran verdad: a la radio se puede ir con cierta dejadez higiénica e indumentaria. En la historia de la radio hay, en efecto, locutores que trabajan en pijama o en zapatillas y voces consagradas que logran mantener el éxito sin tener telegenia alguna. Eso cambió con la hegemonía de las imágenes y los vídeos, y se rompieron muchas leyendas sobre la fealdad y la belleza de los radiofonistas. Ahora es habitual que, por pura ansia internáutica, muchos programas de radio se filmen. Nadie sabe nada, también, y eso plantea una duda existencial a sus seguidores. Si escuchan el programa a través de una radio convencional, perfecto. Pero si optan por la filmación colgada en la web corporativa, ¿son oyentes o espectadores?
MÁS RADIO. Las mañanas de los fines de semana ofrecen un duelo intenso en la parrilla de radio en catalán. En RAC1, la irrebatible presencia de antena de un Xavi Bundó que, en el programa Via
Lliure, demuestra ser más eficaz y brillante en la interpretación que en la composición. Y en Catalunya Ràdio, el instinto depredador de un Ricard Ustrell capaz de, en el transcurso de una misma edición de un formato consagrado como El suplement, progresar en tiempo real y arriesgarse a practicar multitud de géneros radiofónicos. Esta concentración de talento en profesionales tan jóvenes es noticiable (no entiendo por qué hay tanta crítica y comentario televisivo –especialmente en la radio– y tan pocos análisis sobre la buena oferta radiofónica del país). Tanto talento, que sorprende que a veces Bundó y Ustrell se pierdan en la selección de contenidos, en el tono o en la identificación de referentes propios. Es como si, intimidados por el vértigo de tantas horas en directo, echaran de menos el estímulo de una interlocución profesional fiable. Una interlocución que, al mismo tiempo que los espolea a seguir progresando, refuerce su capacidad de corregir no para flagelarse y reprimirse sino para crecer y mejorar críticamente.
Con la hegemonía de las imágenes se rompieron muchas leyendas sobre la fealdad y la belleza de los radiofonistas