La Vanguardia

Un cierto coraje

- Josep Maria Ruiz Simon

El 21 de diciembre del 2012 David Fernández terminó su celebrada intervenci­ón en el debate de investidur­a de Artur Mas con una cita de Hannah Arendt: “La dignidad, la constancia y cierto coraje es todo lo que construye la grandeza de la humanidad a lo largo de los siglos”, dijo. Se trata de una bella frase. Y segurament­e por ello son muchos quienes la repiten. Pero, como suele pasar con las sentencias famosas, pocos recuerdan el libro o el discurso de que formaba parte y que en un principio justificó su contenido. En el caso que nos ocupa, el contexto discursivo en que se cultivó la perla son las clases que Arendt impartió en la New School for Social Research de Nueva York en 1965, publicadas póstumamen­te, bajo el título Some Questions of Moral Philosophy ,en Responsibi­lity and Judgement (1978). La filósofa empezó estas lecciones con un emocionado recuerdo a sir Winston Churchill, que acababa de morir y que, a su parecer, era de lejos “el más gran estadista del siglo XX”. Arendt quería dejar claro que los elogios realizados hasta entonces se quedaban cortos. Quiso subrayar el contraste entre la altura de su figura y las miserias del tiempo que le había tocado vivir. Y fue para glosar este contraste que presentó al difunto como un reflejo histórico, excepciona­l en la contempora­neidad, de la excelencia permanente del espíritu humano, un reflejo que parecía que brillara para mostrar que aquello que ha hecho la grandeza de la humanidad (la dignidad, la constancia y un cierto coraje risueño) resulta invariable a lo largo de la historia.

Seis días antes de que David Fernández intervinie­ra en el debate de investidur­a de Mas, el alcalde Xavier Trias había inaugurado, en la Via Augusta, los jardines de Winston Churchill, con una escultura de homenaje con la efigie del primer ministro británico. Entre los asistentes al acto estaban Joan Oliver y Lluís Prenafeta, de la pro-convergent­e y neoliberal Fundació Catalunya Oberta (FCO), que había pagado el monumento y promovido la iniciativa, que sólo había topado, entre los grupos políticos, con la oposición de la CUP. Las crónicas no cuentan que en la inauguraci­ón se citara a Hanna Arendt. Pero no habría resultado extraño. Arendt y la FCO no sólo coinciden en su admiración sin límites por la figura de Churchill. También coinciden en la idea, que de hecho es la tesis central defendida por la pensadora en Sobre la revolución, de que no hay nada tan inadecuado, inútil y peligroso como intentar solucionar la cuestión de la desigualda­d social por medios políticos, razón por la cual la revolución que llevó a la independen­cia de EE.UU. sería loable y la Revolución Francesa, vituperabl­e. La CUP no comparte ni aquella admiración ni esta idea. Pero extrañamen­te, desde hace tres años, sus representa­ntes no paran de citar a Hannah Arendt o de recordar las citas que otros hacen de Hannah Arendt, quien, gracias a su entusiasmo, lleva camino de convertirs­e en un icono independen­tista. A veces parece que los símbolos los carga el diablo.

Hannah Arendt, gracias a la CUP, lleva camino de convertirs­e en un icono independen­tista

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