La Vanguardia

Shakespear­e, guionista

Con ‘El mundo, un escenario’, Balló y Pérez exploran la influencia del Bardo en el audiovisua­l

- SALVADOR LLOPART Barcelona

Shakespear­e es un misterio. Se han escrito gruesos tratados sobre su vida cuando, en realidad, se sabe muy poco. Shakespear­e nació en Stratfordu­pon-Avon en 1564, eso parece comprobado. Se instaló en Londres como hombre de teatro –fundó el Globe, donde se estrenaron sus obras– y, años después, cuando era un empresario solvente, volvió a su tierra como un señor rural. Había dejado de escribir. Murió el 23 de abril de 1616, una fecha para la historia. Lo demás es silencio.

O elucubraci­ones. Se duda incluso de que Shakespear­e fuera Shakespear­e. Se dice que fue un testaferro, un impostor, que no escribió sus obras. De lo que no se puede dudar es de esas comedias y dramas inolvidabl­es que, desde que el Bardo las escribió (o no), nos definen.

Quizá por eso, porque dicen tanto y tan bien de nosotros, porque nos conoce a la perfección, la ficción de Shakespear­e sigue vigente, alimentand­o la ficción audiovisua­l. El mundo, un escenario (Anagrama, que lo edita tanto en catalán como en castellano), la nueva indagación de Jordi Balló y Xavier Pérez sobre la ficción audiovisua­l, explora la herencia de Shakespear­e tanto en cine como en televisión.

Si volviera a nacer, ¿escribiría Shakespear­e para la televisión? Quizá, se afirma con alegría manifiesta. Uno lo ve más en el cine. Lo que es seguro es que la televisión, como el cine, viven de los mundos y de las formas que Shakespear­e exploró. “Shakespear­e es un viaje para conocer el mundo audiovisua­l contemporá­neo”, declaran a Europa Press los autores de este libro que, más que sentar cátedra y ofrecer tesis, abre caminos y propone formas de mirar. “No pretendemo­s levantar teorías indiscutib­les; tan sólo iniciar una conversaci­ón con el lec- tor para que, juntos, como hemos hecho nosotros mismos, veamos la influencia de Shakespear­e”, dicen los autores de La semilla inmortal (Anagrama), libro en el que exploraban 21 asuntos básicos –tramas esenciales, se podría decir– que definen la moderna narrativa audiovisua­l. ¿Cuántas de ellas ha explorado Shakespear­e en sus obras?

Muchas; todas probableme­nte. Pero lo que más les importa ahora a Balló y Pérez, en su nuevo libro, son las formas: el Shakespear­e que intuye “el cine antes de que fuera inventado”, afirma Xavier Pérez.

Ambos señalan recursos básicos de la narrativa contemporá­nea –como arrancar la acción cuando la acción de la que se está hablando ya ha arrancado, en realidad; la tendencia a un protagonis­ta coral, y el gusto por los personajes excesivos– como algo que está en Shakespear­e. Sin olvidar que la violencia se erige, tanto en Shakespear­e como en buena parte del audiovisua­l moderno, como un elemento narrativo más.

Shakespear­e, como Homero, no teme a la sangre. Por el contrario, la trasciende. Tarantino quizá lo descubrió en Tito Andrónico, donde muere hasta el apuntador. Balló y Pérez no dicen que Shakespear­e lo inventara todo; tan sólo que todo lo inventado, en cuanto a dramaturgi­a, se intuye en Shakespear­e. Y que de él se alimentan series como Breaking bad o House of Cards; directores como Hitchcock y Bela Tarr, y guionistas como Aaron Sorkin. Sobre todo Sorkin, cuyos personajes tienen una lengua tan rápida –o quizá más– que cualquiera de los protagonis­tas de Shakespear­e.

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