La Miró exhibe la versión más radical del artista
La fundación de Montjuïc muestra la relación del artista con el objeto
La exposición Miró i l’objecte barre, tal vez definitivamente, el cliché del Miró ingenuo, absorto en la contemplación del baile de las constelaciones celestes. Lo consigue gracias a que la muestra inaugurada ayer en la fundación del artista en Montjuïc se centra exclusivamente en cómo Miró encontró en la pintura-objeto la mejor expresión para asesinar la pintura convencional.
Es el Miró más salvaje y radical, con obras tatuadas de un permanente erotismo primordial, el Miró que saca las telas, las quema y las cuelga del techo, se burla de la pintura de marco, borra y tapa con sus grafismos cuadros ajenos de realismo kitsch, inscribe objetos encontrados al azar en sus telas, incorpora en ellas la tierra y el fuego, las hace matéricas y es capaz en 1974, ¡con 80 años!, de competir en modernidad con las generaciones más jóvenes: Burri, Klein, Fontana, Rauschenberg, Millares, Tàpies... Una forma de decirles: “No me repito, estoy vivo”. Pero también de recordarles que él ya estaba en su mismo camino antes, cuando los surrealistas quisieron borrar las fronteras entre arte y vida, y él empezó, en 1916, a representar naturalezas muertas (primera sala) a la manera de Cézanne con toques fauvistas, pasar luego a pintar bodegones de objetos cotidianos (una lámpara de carburo, un reposaplanchas y media granada sobre un espacio vacío, hoy en el MoMA) y siguió (segunda sala) con un dibujo-carta de 1924 con un sello español (Alfonso XIII) y otro francés (la Marianne republicana) con las vocales del poema Voyelles de Rimbaud, collage que pronto, en 1928, dio la serie de bailarinas españolas. Una de ellas, hecha con ¡papel de lija! y otra, una construcción, un poema-objeto: la cabeza y el cuerpo es un gran alfiler de sombrero clavado en un corcho y el vestido, una pluma de ala de canario: el collage de tres dimensiones, una técnica antigua que valoraban artistas como Bonnard (“introducen una materia real exterior a la pintura y, por ello, recuerdan que la pintura es un artificio”) y que había practicado Picasso en Guitares, collage-escultura, de 1912. Las bailarinas españolas son muchas cosas: son maniquís, marionetas, como muchos de los personajes mironianos, cuyas formas humaniza a par-
ROMPIENDO CLICHÉS La muestra, de 120 obras, hace visible al Joan Miró más radical y salvaje
LA LUCHA DE UNA VIDA
El artista encontró en el objeto el antídoto contra la pintura decorativa