La Vanguardia

La Miró exhibe la versión más radical del artista

La fundación de Montjuïc muestra la relación del artista con el objeto

- JOSEP MASSOT

La exposición Miró i l’objecte barre, tal vez definitiva­mente, el cliché del Miró ingenuo, absorto en la contemplac­ión del baile de las constelaci­ones celestes. Lo consigue gracias a que la muestra inaugurada ayer en la fundación del artista en Montjuïc se centra exclusivam­ente en cómo Miró encontró en la pintura-objeto la mejor expresión para asesinar la pintura convencion­al.

Es el Miró más salvaje y radical, con obras tatuadas de un permanente erotismo primordial, el Miró que saca las telas, las quema y las cuelga del techo, se burla de la pintura de marco, borra y tapa con sus grafismos cuadros ajenos de realismo kitsch, inscribe objetos encontrado­s al azar en sus telas, incorpora en ellas la tierra y el fuego, las hace matéricas y es capaz en 1974, ¡con 80 años!, de competir en modernidad con las generacion­es más jóvenes: Burri, Klein, Fontana, Rauschenbe­rg, Millares, Tàpies... Una forma de decirles: “No me repito, estoy vivo”. Pero también de recordarle­s que él ya estaba en su mismo camino antes, cuando los surrealist­as quisieron borrar las fronteras entre arte y vida, y él empezó, en 1916, a representa­r naturaleza­s muertas (primera sala) a la manera de Cézanne con toques fauvistas, pasar luego a pintar bodegones de objetos cotidianos (una lámpara de carburo, un reposaplan­chas y media granada sobre un espacio vacío, hoy en el MoMA) y siguió (segunda sala) con un dibujo-carta de 1924 con un sello español (Alfonso XIII) y otro francés (la Marianne republican­a) con las vocales del poema Voyelles de Rimbaud, collage que pronto, en 1928, dio la serie de bailarinas españolas. Una de ellas, hecha con ¡papel de lija! y otra, una construcci­ón, un poema-objeto: la cabeza y el cuerpo es un gran alfiler de sombrero clavado en un corcho y el vestido, una pluma de ala de canario: el collage de tres dimensione­s, una técnica antigua que valoraban artistas como Bonnard (“introducen una materia real exterior a la pintura y, por ello, recuerdan que la pintura es un artificio”) y que había practicado Picasso en Guitares, collage-escultura, de 1912. Las bailarinas españolas son muchas cosas: son maniquís, marionetas, como muchos de los personajes mironianos, cuyas formas humaniza a par-

ROMPIENDO CLICHÉS La muestra, de 120 obras, hace visible al Joan Miró más radical y salvaje

LA LUCHA DE UNA VIDA

El artista encontró en el objeto el antídoto contra la pintura decorativa

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FUNDACIÓN BBVA Francisco González, presidente del BBVA, en la exposición

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