Los talibanes prometen a las oenegés que no las atacarán si van a ayudar
El seísmo en Afganistán y Pakistán suma 400 muertos y 10.000 casas destruidas
Cuatrocientos muertos, dos mil heridos y diez mil viviendas severamente dañadas es el nuevo balance aproximado del sismo que anteayer golpeó los confines montañosos de Afganistán y Pakistán. Los servicios de protección civil de ambos países tratan de llegar a los supervivientes, en una carrera contrarreloj contra el frío y las primeras nieves.
Los pueblos a ambos lados de la cordillera del Hindu Kush son los grandes damnificados por este sismo de magnitud 7,5, con epicentro en la remota provincia afgana de Badajshán. Tanto allí como en las regiones fronterizas pakistaníes, miles de personas están durmiendo al raso o en mezquitas y escuelas, por temor a réplicas: el lunes hubo dos. La dificultad de acceso complica tanto la evaluación de los daños como la asistencia, hasta el punto que las autoridades han admitido que aún no han logrado establecer contacto con algunos distritos, por la caída de las líneas telefónicas y la obstrucción de carreteras.
En Afganistán, la situación de guerra complica aún más las operaciones. Aunque ayer los talibanes volvieron a hacer un llamamiento a las organizaciones humanitarias y de protección civil para que acudan sin temor y sin demora a socorrer a las víctimas, que en muchos casos se encuentran en zonas tomadas por los insurgentes. El “Emirato Islámico” –así se autodenominan– conmina a “que no se prive a las víctimas de cobijo, alimento y medicinas”. También ordena “que los muyahidines presten su apoyo”.
En el vecino Pakistán, han vuelto a ser las organizaciones caritativas de signo islamista las primeras en prestar auxilio en varias zonas afectadas, como Dir. Ya sucedió con el terremoto mucho más devastador del 2005 en la Cachemira bajo control pakistaní. Muchos de los huérfanos, en los diez años posteriores, terminaron convertidos en carne de cañón de estas organizaciones y enfundados en chalecos suicidas.
Las autoridades de la provincia de Jaiber-Pajtunjua –que concentra el 80% de víctimas pakistaníes– advierten de que todavía no habían podido contactar con el distrito de Kohistán, que por su diversidad étnica es un museo antropológico al aire libre del tamaño de la provincia de Barcelona y con casi medio millón de habitantes.
El “Emirato Islámico”, como se llaman los talibanes, ordena a sus muyahidines que socorran a las víctimas
La incertidumbre no hace presagiar nada bueno.
A medida que las zonas de sombra se desvanecen en ambos países, aumenta el número de fallecidos. Casi 300 han sido contabilizados en Pakistán. El primer ministro, Nawaz Sharif, regresó ayer de EE.UU. y se desplazó de inmediato a la localidad más afectada, Shangla, donde han perecido medio centenar de vecinos.
Entre la multitud de dramas personales despunta el del camionero de Islamabad que regresaba a su pueblo de montaña para los funerales de su tía y que terminó enterrando a sus tres hijos, a quienes les cayó la casa encima.
Por otro lado, el cordón umbilical entre Pakistán y China, la carretera del Karakoram, sufrió aludes en más de 40 puntos, la mitad de las cuales han sido ya desescombrados por el ejército. Varios glaciares han provocado aludes e inundaciones.
Mientras, el último balance afgano habla de 115 muertos, 538 heridos y 7.630 casas destruidas.
Tanto el devastador terremoto de Nepal en abril como el actual de Afganistán tienen, a grandes rasgos, el mismo origen: el deslizamiento de la placa tectónica India bajo la placa Euroasiática, un choque de colosos que está tanto en el origen del Himalaya como del Hindu Kush.