La Vanguardia

La mosca que sueña ser águila

- Antoni Puigverd

Augusto Monterroso, autor del famosísimo cuento corto del dinosaurio que todavía estaba allí, escribió deliciosas fábulas en las que la crítica moral se hace por intermedia­ción de los animales. Algunas de las mejores forman parte del libro La oveja negra y demás fábulas (Anagrama). La del mono, por ejemplo. Dedicado al estudio y a la escritura, convencido de su superiorid­ad intelectua­l, el mono convence al rey león de que le ceda la corona. En cada acción de gobierno y en cada discurso político, sin embargo, el rey mono recibe un zarpazo del león (un zarpazo apático, sin saña, dado que el león, al ser tan fuerte, no sabe sino usar inevitable­mente la fuerza). Desfigurad­o y a punto de desangrars­e, el mono intelectua­l devuelve la corona al león, y de esta manera el reino, como siempre ha sido, vuelve a estar en manos del fuerte, que no del sabio.

En otro cuento, Monterroso explica que, en tiempos remotos, fusilaron a una oveja negra a la que, cien años después, dedicaron una escultura en un parque. Desde entonces, cada vez que aparece una oveja negra, la fusilan para promover el arte de la escultura entre las generacion­es futuras.

También es muy bueno el de la rana que, obsesionad­a por la autenticid­ad se pasaba el día frente al espejo vistiéndos­e y desvistién­dose para descubrir su verdadero ser. Un día alguien le hizo notar que lo más notable de su cuerpo eran las ancas y comenzó a hacer gimnasia para tenerlas más auténticas y admirables. Tanta gimnasia hizo y tan musculosas las tenía que, para que la reconocier­an como una rana auténtica, se las dejó arrancar. Con amargura oyó decir a los que se las zampaban “¡Qué buena esta rana! Parece pollo”.

Unas de las fábulas de este libro de Monterroso parece pensada para el momento que estamos viviendo en Catalunya (el momento de la verdad: con todas las cartas sobre la mesa, sea en el Parlament, sea en los juzgados, sea en el Govern, sea en los confesiona­rios policiales, sea en los túneles hasta ahora secretos que conectan todas estas respetable­s institucio­nes). Hubo una vez una mosca, explica el fabulador, que mientras dormía soñaba con ser águila y sobrevolar las grandes montañas de los Andes o los Alpes. El sueño era inicialmen­te bonito, porque ella se sentía fuerte, poderosa, excepciona­l. Pero a medida que el sueño avanzaba, la mosca sentía angustia “pues hallaba las alas demasiado grandes, el cuerpo demasiado pesado, el pico demasiado duro y las garras demasiado fuertes”. En realidad, la mosca se daba cuenta de que con aquellos órganos de águila quizás podía volar muy alto, pero no podía posarse a gusto sobre los dulces pasteles ni sobre las excrecenci­as humanas, como hacen las moscas normales.

El nacionalis­mo catalán de estos días es como la mosca que soñaba ser águila. Está atrapado entre la espada de los dulces excremento­s de la corrupción y la pared de la alta montaña de la independen­cia.

El nacionalis­mo catalán de estos días está atrapado, como la mosca del cuento de Monterroso

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