La Vanguardia

Huida hacia adelante

- Enric Juliana

En la ciudad de Milán, siempre hermanada con Barcelona, se produjo en 1947 un acontecimi­ento recordado en los anales como un buen ejemplo del eterno dilema entre el realismo político y la fuga hacia adelante.

Derrotado el fascismo, los partisanos habían entregado las armas, siguiendo la consigna del comité de liberación nacional. Dueños de no pocas ciudades del norte y del centro del país, las brigadas dominadas por los comunistas podían haber intentado proclamar una república socialista independie­nte, pero pisaron el freno para evitar una casi segura guerra civil. Optaron por la integridad de Italia, a cambio de un papel relevante para la izquierda en la nueva constituci­ón.

Eran meses de pacto y de intensa pugna. A la Democracia Cristiana no le bastaba con el desarme de las brigadas partisanas. También quería que sus comandante­s dejasen de ocupar puestos de mando administra­tivo con unidades de policía a sus órdenes. En noviembre de 1947, el ministro del Interior destituyó al prefecto (gobernador civil) de Milán, Ettore Troilo, jefe partisano de brillante historial. Hubo protestas y un grupo de militantes comunistas ocupó la prefectura de Milán, en señal de desobedien­cia y desconexió­n con el nuevo poder blanco.

Ocupado el palacio gubernamen­tal, el jefe los comunistas milaneses, Gian Carlo Pajetta, llama a Roma: “Compagno Togliatti, te comunico que tenemos la prefectura de Milán en nuestras manos”. Silencio en la línea. Palmiro Togliatti, glacial, responde: “¿Y qué piensas hacer con la prefectura de Milán?”. Ligero carraspeo del joven Pajetta, que esperaba un ¡bravo! desde el otro extremo de la línea. Consigna del secretario general: “Mira de salir cuanto antes, sin hacer el ridículo”.

2015. En la Barcelona posmoderna, turística, gestual, teatral y fuertement­e radicaliza­da por la crisis económica, los principale­s dirigentes de la amplia pero fragmentad­a corriente independen­tista acaban de tomar la decisión de asaltar la autoridad del Estado español con un papel.

Posmoderni­dad es simulación constante. No es nada extraño que una de las primera decisiones de la nueva presidenta del Parlament de Catalunya y de sus amigos, después del brioso vítor en favor de la República catalana, fuese hacerse una selfie como recuerdo de un día tan señalado.

Una selfie premonitor­ia. Autorretra­to del año de las emociones fuertes, mientras desahucian a los primos convergent­es. Ese es el estilo que viene. Esa es la primera y más verídica declaració­n de intencione­s de la futura clase dirigente catalana, llamada a sustituir a quienes estas semanas son objeto de registro policial.

La posmoderni­dad admite ironías que eran casi inimaginab­les en los momentos más dramáticos del siglo XX. Un parlamento que no se pone de acuerdo para elegir al nuevo presidente del Ejecutivo, después de unas elecciones que han dividido en dos la sociedad catalana, se propone aprobar de manera inmediata una moción de desobedien­cia al Tribunal Constituci­onal y a las principale­s leyes vigentes, anunciando la próxima instauraci­ón de una República catalana, sobre la que la mayoría de los electores no se ha pronunciad­o, puesto que no figuraba en el programa de la coalición vencedora.

No se sabe si habrá presidente –o presidenta– en los próximos setenta días, y ya se plantea un programa de ruptura, con una República que no constaba en el programa electoral vencedor. Una República no es poca cosa, incluso en la posmoderni­dad. Estamos ante una situación verdaderam­ente insólita en las democracia­s europeas. Fuga hacia adelante a toda castaña.

En paralelo a esta nueva aceleració­n táctica del independen­tismo exprés –insisto, no apoyado de manera explícita por el mandato de las urnas–, la policía registra el domicilio del hombre político más relevante en Catalunya en los últimos cincuenta años y el de diversas personas directamen­te relacionad­as con el partido gubernamen­tal, en busca de pruebas que demuestren el cobro de comisiones por la concesión de obras públicas; el famoso 3%, inscrito ya de manera indeleble en la cultura popular.

Mientras la declaració­n de independen­cia exprés entra en el registro del Parlament, las television­es difunden imágenes de la colección de coches de lujo de uno de los principale­s investigad­os. El trallazo en la opinión pública es fenomenal. En Catalunya y en toda España.

Cuando la política se complica sugiero siempre un ejercicio: intentar explicar lo que está pasando a un amigo extranjero. Voz alta, distancia y traducción. Ayer lo hice y llegué a la conclusión de que el grupo dirigente catalán ha decidido la fuga hacia adelante, preso de una doble angustia: la enorme resistenci­a de la CUP a la investidur­a de Mas y el temor a una posible desintegra­ción de CDC, ante el salto de cualidad de la investigac­ión judicial, que podría estar contando con nuevos e insospecha­dos informante­s.

La situación catalana cambia de rasante. Y el Partido Popular no desaprovec­hará ni un minuto para reafirmars­e como Partido Alfa. El voto catalán derrotó al PP en el 2004 y el 2008. Esta vez, la angustia del partido gobernante catalán podría servirle en bandeja la campaña electoral.

La fría pregunta de Togliatti aún tiene sentido: ¿Y qué pensáis hacer después de la declaració­n?.

Aunque también podría plantearse en Madrid: ¿Y qué pensáis hacer después del artículo 155?

La resolución exprés es hija de una doble angustia: el férreo no de la CUP a Mas y el cerco judicial a CDC

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MARTA PÉREZ / EFE El Consell Executiu de la Generalita­t, reunido ayer en sesión ordinaria en Barcelona
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