La Vanguardia

Casa okupada, casa encantada

- Quim Monzó

Muchas personas viven convencida­s de que los okupas son bípedos alternativ­os que van por el mundo con el cuerpo adornado con tatuajes, piercings y rastas, y con ningún objetivo en la vida aparte de tocar los bongos, ducharse tan poco como puedan y enlazar un porro tras otro. Pues todas las personas que creen eso viven muy equivocada­s porque, independie­ntemente del amor por los piercings y las rastas, algunos tienen muy claro que en la vida hay que conseguir dinero porque, si no, no puedes pagar los bongos o al tatuador, ni que sea en negro.

Estos días tenemos un ejemplo claro de estos emprendedo­res. Narcís Bonay y Maria Fonoses compraron hace tiempo una casa en Girona y hace casi un año que no pueden entrar porque tienen okupas. Lo explica El Punt Avui: “El descubrimi­ento se produjo el 23 de diciembre del 2014, cuando el hombre fue a guardar su coche en la casa situada en la avenida Sant Narcís, número 3. En la vivienda vio cosas fuera de lugar, como si alguien hubiese entrado. El matrimonio dio el aviso de alarma a la Policia Municipal de Girona, que se presentó en la casa para hacer comprobaci­ones. Mientras la inspeccion­aba vio a un hombre que entraba que dijo: ‘¿Qué hacéis aquí, en mi casa?’. Fue entonces cuando la policía lo identificó. El hombre explicó que había entrado porque estaba todo abierto y que había visto que allí no vivía nadie, y que, además, ‘tenía derecho a una vivienda’”.

Ha pasado el tiempo y los propietari­os de la casa siguen sin poder entrar aunque el okupa ya no está porque lo han metido en chirona por causas judiciales pendientes. ¿Por qué no pueden entrar? No se lo pierdan: porque, antes de irse, el okupa realquiló las habitacion­es a otros okupas, que son los que ahora viven allí. Dice el diario: “Incluso puso dos carteles en la fachada. Uno que decía que alquilaba una plaza de parking por 30 euros. El otro cartelito lo puso en la ventana pidiendo limosna para poder pagar la luz y el agua. Unas facturas a las que, por descontado, cada mes han tenido que hacer frente el matrimonio que compró el domicilio”.

Se puede ser okupa pero no necesariam­ente imbécil. Dicen sus pancartas: “¡Okupa, resiste! ¡Espacio liberado!”. Liberar espacios propiedad de putos capitalist­as –como el del matrimonio de Girona, que ahora no tiene dónde vivir– me parece una espléndida muestra de astucia empresaria­l. Los okupas con pasión por el mundo de las artes plásticas pueden tomar nota de otro caso que tuvo lugar la semana pasada en San Francisco. Un okupa se instaló en una mansión del lujoso barrio de Pacific Heights y se dedicó a vender once de los cuadros que había, valorados en 300.000 dólares. La noticia la da el San Francisco Chronicle. La policía lo pilló cuando cargaba el duodécimo cuadro en una furgoneta. He ahí una insuperabl­e combinació­n de autogestió­n revolucion­aria y visión de los negocios que tendrían que enseñar ya en Esade, en el posgrado Bakunin.

Comprar bongos, ponerse piercings y hacerse unas rastas guapas no sale gratis

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