La pujolada
Ni las casualidades son casuales ni hemos nacido hoy, y todo lo que podamos decir sobre los tiempos judiciales, que tan paralelos andan con los tiempos políticos –Fiscalía mediante– sobrecarga razones. Cada fecha catalana tiene su álter ego transmutado en decenas de policías entrando en casas marcadas, horas de registro como si hubieran encontrado el oro de Moscú, especulaciones más humeantes que consistentes y ruido de barullo, que es el barullo del ruido. Como si todo lo hubieran descubierto hoy y los sujetos de la cacería cayeran por sorpresa. Digo por decir que, sólo por disimular, podrían evitar tanta obviedad y parecer algo menos intencionados y algo más independientes.
Claro que en la España que, según el Fondo Económico Mundial, está situada por debajo de países como Botsuana o Malasia y emparejada con Irán en el ranking de independencia judicial, la apariencia debe ser lo que menos importa. Además y quizás, sólo quizás, al Estado ya le va bien que lo que parece, lo parezca, con la beatífica intención de enviar un mensaje rotundo y prepotente: usarán todo lo que tengan a mano usar para impedir
¿Cómo lo permitió Pujol?, ¿tan débil era con la familia?, ¿nunca imaginó que le estallaría en la cara?
que el órdago catalán triunfe. Y la Fiscalía está muy a mano.
Pero con todo ello dicho, y con las casualidades e intenciones fuera del armario, lo cierto es que el armario de los Pujol parece muy lleno de cadáveres. Es decir, han hincado el diente porque en esta bestia hay mucha carne y, a tenor de lo que se va sabiendo, es toda ella puro beicon. Es decir, podemos hacer sesudas reflexiones sobre los abusos del poder estatal, las fugas de agua que sufre el buque democrático con este Gobierno, la poca credibilidad de un Estado de derecho manoseado hasta el delirio. Y todas ellas las cargará el diablo. Pero más allá o más acá de la actuación de los unos está la actuación previa de los otros, y si los estos son los Pujol, el oasis es pestilente. ¿Qué puñetas ha hecho esta familia durante años?, ¿cómo han llegado a tal punto de abuso?, ¿tan impunes se imaginaban? Y, sobre todo, el hombre llamado Jordi Pujol, activista de Catalunya desde que tenemos recuerdo, pasado por la cárcel del franquismo más duro por defender sus ideales y (más allá de las críticas) notable político catalán, ¿cómo lo permitió?, ¿tan débil era con la familia?, ¿nunca imaginó que le estallaría en la cara? Me resulta incomprensible por dos motivos: primero, porque Pujol tiene un cerebro notable, y hay que ser muy iluso y muy estúpido para imaginar que tanta fortuna familiar nacida de la opacidad sería invisible a los ojos avizores. Y segundo, porque seré yo la ilusa pero pensaba que, a pesar de sus contradicciones, tenía más grueso moral.
Sea como sea, el hombre que luchó por Catalunya y la gobernó durante dos décadas acabará siendo el responsable del daño más severo que se le ha hecho a la imagen catalana. Triste final para el político. Final buscado para el hombre.