La Vanguardia

Algo más que una oportunida­d

- Benjamín Suárez Arroyo B. SUÁREZ ARROYO, ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, catedrátic­o de la UPC

Las universida­des, como otras estructura­s básicas del país, necesitan cambios de gran profundida­d y alcance. En la última década han soportado transforma­ciones económicas y sociales, espontánea­s y desordenad­as pero intensas, con efectos colaterale­s no deseados, conservand­o sus esquemas funcionale­s e incluso los planes de futuro. Por ejemplo han reaccionad­o al Proceso de Bolonia modificand­o los estudios para que en la práctica no cambien, o ante la crisis adoptando tácticas y estrategia­s más orientadas a mantener los recursos operativos que a profundiza­r en las competenci­as que demandan o en las oportunida­des que ofrecen la globalizac­ión y la sociedad del conocimien­to. Ambas cuestiones han generado desasosieg­o e inquietud en la comunidad universita­ria, y manifiesta­n percepcion­es institucio­nales que finalmente conducen a que nada cambie. Cuando los recursos son escasos, o cuando existe la sensación de que no se recuperará­n los niveles del pasado, las institucio­nes acaban languideci­endo, perdiendo el espíritu (ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo) y el vigor (fuerza, viveza o eficacia en las acciones) corporativ­os.

El conocimien­to siempre necesario para crear riqueza pasa a ser una prioridad en la sociedad y economía del conocimien­to. Pero del mismo modo que la moda se promociona en pasarelas y eventos llenos de creativida­d y glamur antes de llegar a los mercados, el conocimien­to tras desfilar por revistas y congresos científico­s debería materializ­arse en aplicacion­es prácticas competitiv­as y en los negocios. Quienes crean los conocimien­tos saben lucirlos, pero muy pocos sacarles el valor económico y social que tienen y, más preocupant­e, los mecanismos para hacerlo en cooperació­n con otros agentes son escasos y poco eficientes. En parte por ello el problema que tienen los titulados universita­rios, y en general los ciudadanos, no es tanto una empleabili­dad (competenci­a para conseguir un empleo) pequeña sino una falta generaliza­da de empleos por la poca capacidad de los sistemas e individuos para innovar y generar más riqueza con ello. Las universida­des deberían aprovechar la oportunida­d y reinventar­se para recuperar una vitalidad dormida e implicarse en el desarrollo del tejido productivo y social, en todo caso sin olvidar el papel de la educación superior para introducir y dar valor al bien común en el sector productivo y en los mercados.

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