Algo más que una oportunidad
Las universidades, como otras estructuras básicas del país, necesitan cambios de gran profundidad y alcance. En la última década han soportado transformaciones económicas y sociales, espontáneas y desordenadas pero intensas, con efectos colaterales no deseados, conservando sus esquemas funcionales e incluso los planes de futuro. Por ejemplo han reaccionado al Proceso de Bolonia modificando los estudios para que en la práctica no cambien, o ante la crisis adoptando tácticas y estrategias más orientadas a mantener los recursos operativos que a profundizar en las competencias que demandan o en las oportunidades que ofrecen la globalización y la sociedad del conocimiento. Ambas cuestiones han generado desasosiego e inquietud en la comunidad universitaria, y manifiestan percepciones institucionales que finalmente conducen a que nada cambie. Cuando los recursos son escasos, o cuando existe la sensación de que no se recuperarán los niveles del pasado, las instituciones acaban languideciendo, perdiendo el espíritu (ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo) y el vigor (fuerza, viveza o eficacia en las acciones) corporativos.
El conocimiento siempre necesario para crear riqueza pasa a ser una prioridad en la sociedad y economía del conocimiento. Pero del mismo modo que la moda se promociona en pasarelas y eventos llenos de creatividad y glamur antes de llegar a los mercados, el conocimiento tras desfilar por revistas y congresos científicos debería materializarse en aplicaciones prácticas competitivas y en los negocios. Quienes crean los conocimientos saben lucirlos, pero muy pocos sacarles el valor económico y social que tienen y, más preocupante, los mecanismos para hacerlo en cooperación con otros agentes son escasos y poco eficientes. En parte por ello el problema que tienen los titulados universitarios, y en general los ciudadanos, no es tanto una empleabilidad (competencia para conseguir un empleo) pequeña sino una falta generalizada de empleos por la poca capacidad de los sistemas e individuos para innovar y generar más riqueza con ello. Las universidades deberían aprovechar la oportunidad y reinventarse para recuperar una vitalidad dormida e implicarse en el desarrollo del tejido productivo y social, en todo caso sin olvidar el papel de la educación superior para introducir y dar valor al bien común en el sector productivo y en los mercados.