La Vanguardia

¡Qué alegría, la de Halloween!

- Joaquín Luna

Los preparativ­os de Halloween son el contrapunt­o a la solemnidad política de esta semana y uno, como media España, sólo espera que llegue la noche del sábado, antes “sábado, sabadete, camisa nueva y polvete”, para sentirse un estadounid­ense más y disfrazars­e de forma terrorífic­a.

Estados Unidos puede volver a perder Afganistán pero ha ganado la batalla de Halloween, que ya enriquece nuestra cultura popular, tan porosa, sin que nadie haya exigido a cambio que los habitantes de Iowa espabilen y cacen setas o canten el Virolai. –¿Ya tienes el disfraz? –Tengo mis dudas este año... Los disfraces masculinos de Halloween pueden parecer muy tontos y repetitivo­s, como si los diseñara un cuñado gorrón: negro de rigor, algo de pintura roja, una venda roñosa y el cuchillo de plástico de todos los años. –¡Qué soso eres, hijo! Eso me diría mi esposa en semanas como esta si yo tuviera arrestos para decirle que celebrar Halloween me repatea. Y no porque me parezca una tontería, sino porque ignoro cómo se celebra sin perder la dignidad.

–¡Y dale con qué celebramos! ¡Tú con cuatro panellets y unas castañas asadas te conformas!

Llegados a este punto, pasaría por el tubo con tal de no discutir y tener la fiesta de Halloween en paz. (Por cierto, ¿es una fiesta familiar y se puede acuchillar al cuñado impunement­e o es popular y conviene tomar las calles para intercambi­ar bramidos con tipos sosos como yo que pretenden que se lo están pasando pipa?)

Los norteameri­canos me caen muy bien y ahora que nos van a dejar como nuevo Palomares todavía más, pero... ¿no podrían guardarse Halloween para ellos? ¿Por qué nos hacen esto? Yo les cedía Rota y Morón a perpetuida­d y una gira de Raphael cada Navidad con tal de ahorrarme estos días alegres de escolares dando la vuelta a la manzana con el único propósito de asustar a los ancianos del barrio, de divorciada­s vestidas de brujas cachondas y de fiestas gores de bazar chino.

–¿Y lo animada que es la noche de Halloween?

Sí, sobre todo cuando una bruja, no necesariam­ente de la familia, observa con alborozo: “¡Y en dos días ya estamos en Navidad!” (¿O cae antes el black friday?) Llegados a esta decadencia, yo, lo confieso, me ausento del mundo o me deprimo, depende de si los panellets eran poco o muy indigestos, y pienso cómo serían nuestras fiestas si los soviéticos hubieran ganado la guerra fría. –¿Y lo que disfrutan los niños? ¡Qué manía con que los niños se crean que el mundo es una fiesta donde a ellos les correspond­e el papel de príncipes y a ellas el de princesas! Con lo alegres y formativas que eran las colas en el cementerio para rezar por el abuelo el día de noviembre en que había que guardar cola para comprar panellets... ¡Donde esté lo nuestro...!

Y lo más deprimente es cuando alguien observa, con alborozo, “¡y en dos días estamos en Navidad!”

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