Yo mismo (con mi mecanismo)
Sean o no los debates su “medio natural”, lo cierto es que, frente a las cámaras, a don Mariano Rajoy Brey le falta naturalidad por un tubo (catódico). En directo o en diferido, solo ante el peligro o rodeado de público, a través de un plasma o en modo “rey plasmado”, a nadie se le escapa que la pretendida telegenia(lidad) del que durante estos últimos cuatro años ha sido nuestro muy gallego presidente ha brillado literalmente por su ausencia (por no decir por sus espantás).
Este mismo lunes por la noche, tras aprobar junto a su Ejecutivo el decreto de convocatoria de las próximas elecciones generales del 20 de diciembre, Rajoy intentó remediar en la medida de lo posible su ya crónico escapismo mediático al someterse, en espartano directo, a una entrevista en La 1 de TVE. Cómodamente instalado en su autogestionada zona de seguridad, el líder del PP y ahora candidato a la presidencia del Gobierno tan sólo tuvo delante a la periodista Ana Blanco, lo que para él imagino que debió de ser un auténtico alivio. Y más aún después de saber que las preguntas a bocajarro que le tenían preparadas una docena de ciudadanos cuidadosamente seleccionados no se las formularían ellos mismos en riguroso directo, sino que se las irían lanzando debidamente enlatadas en tan sonrojante como sintomático diferido.
Funcionarial hasta las trancas, y por momentos más gris que el vestido de la propia entrevistadora, Rajoy fue contestándolas una por una como quien recita el temario de unas oposiciones a registrador de la propiedad, plenamente consciente sin duda de que con tan domesticado formato sus posibilidades de meter la improvisada pata quedaban reducidas a la mínima expresión. Eliminado definitivamente el elemento sorpresa, de nada sirvió que una voluntariosa Ana Blanco intentase tímidamente cogerle de rebote en algún renuncio a propósito de temas tan delicados como la corrupción de su partido, la crisis de los refugiados, las pensiones, el marrón catalán, la pésima imagen de la televisión pública o la incontinencia crítica de Aznar. Y es que, aunque reconoció estar abierto en todo momento al diálogo, lo suyo fue un monólogo en toda regla. Monocorde y cansino a partes iguales, don Mariano se limitó a ir soltando datos, consignas, argum(i)entos y declaraciones de intenciones sin derecho alguno a réplica, haciendo gala de un electoralismo de salón tirando a pobre, así como de un terco optimismo a prueba de obstinadas realidades. Y todo ello para terminar su soporífera intervención advirtiendo de lo más relajado que a él no le veríamos bailar en campaña (y nosotros que se lo agradeceremos eternamente).
Visto lo visto, y más allá de lo conseguido en su día por Esenciales Ana Rosa, la verdad es que cuesta bastante imaginar al nada dado a las improvisaciones Rajoy debatiendo a pie de barra con Jordi Évole, desmelenándose en El
hormiguero, marcándose un Risto Mejide o apuntándose a lo de Calleja. Puestos a pedir imposibles, tal vez lo suyo sería aspirar a verlo pasando el día tan ricamente en el chiringuito de Bertín Osborne. Al fin y al cabo, todo quedaría en casa.
Rajoy terminó su soporífera intervención advirtiendo que no le veríamos bailar (y nosotros se lo agradeceremos eternamente)