La Vanguardia

Àlex Rigola se enfrenta a ‘El público’, el poético viaje de Lorca a su interior

- JUSTO BARRANCO Madrid

Le rondaba por la cabeza desde hacía años, desde que quedó atrapado por la enorme potencia de la pieza en el Institut del Teatre. Y ahora a Àlex Rigola (Barcelona, 1969) le ha llegado la hora de enfrentars­e a ella. La obra es El público, de Federico García Lorca. Y el día es hoy. El lugar, el Teatro de la Abadía de Madrid, con el que inició un proyecto al que luego se ha sumado el Teatre Nacional de Catalunya, donde la obra aterrizará nada menos que en la sala Gran –donde ahora triunfa el Molt soroll per no res musical de Àngel Llàcer– el 17 de diciembre. “Necesitaba un bagaje humano, como persona, para montarla. Porque El público es un viaje al interior de la cabeza de Lorca, nos introducim­os freudianam­ente en sus múltiples personalid­ades confrontad­as, sus pulsiones sexuales, sus deseos, frustracio­nes y miedos, en su yo, su superyó, en el ello”, explica Rigola, que cuenta para afrontar el poético viaje con un gran reparto de 14 actores encabezado­s por Pep Tosar, Nao Albet –que además ha creado el espacio sonoro–, Irene Escolar, Pau Roca o Guillermo Weickert.

Para El público, Rigola y el escenógraf­o Max Glaenzel han construido en La Abadía lo que parece un universo entero, con todas las paredes del teatro forradas de un plástico metalizado y rutilante, con el suelo lleno de un corcho que parece tierra y que se acerca a las butacas, con un escenario que parece presidido por un oscuro hemisferio celeste. Y de todo un universo se trata. “Lorca escribe la obra en un momento de crisis personal total, donde las dos personas de las que ha estado enamorado, Dalí y Emilio Aladrén, le han dejado por dos mujeres. Ambas se llaman Elena y de hecho ese es el nombre de la mujer en El público”, explica el director. Además, recuerda, Lorca viene en ese momento del éxito de Mariana Pineda, pero piensa que quizá no es el teatro que tendría que hacer, que tendría que dejarse de contentar a los putrefacto­s, a los burgueses bienpensan­tes que no entienden las nuevas artes.

Frente al desengaño amoroso y el reconocimi­ento de que no va al fondo en su trabajo y además esconde su homosexual­idad como si no hubiera un problema, Lorca, prosigue Rigola, acabará en Nueva York y La Habana, donde descubrirá un nuevo mundo y comenzará un nuevo teatro influido por el surrealism­o. Y creará hacia 1930 El público –que no sería estrenada hasta 1986 por otro director catalán, Lluís Pasqual–, en la que enfrenta sus yoes. “Un viaje al mundo de los sueños, no limitado al mundo realista, un viaje a ese momento de tensión personal y artística donde el creador dialoga y lucha consigo mismo a través de la figura del director de escena protagonis­ta”, un hombre que, cobarde, niega su homosexual­idad. Un director que, como él –y es otro tema de la obra, además de la identidad y la potencia del amor–, se debate entre entretener al público dándole lo que quiere o ir a la profundida­d de los temas, intentando encontrar un terreno entre estar demasiado al

El montaje se estrena hoy en La Abadía de Madrid y llegará el 17 de diciembre a la sala Gran del TNC

servicio de la audiencia y entre ir demasiado lejos y morir también como artista. “La tensión entre artista y público es donde cree que se puede situar el teatro que piensa que tendría que hacerse”, dice Rigola, que se reconoce en esa preocupaci­ón. “Pero es una cuestión que va más allá, que pasa en la sociedad, en la familia, en la vida personal, si te gana el confort por encima del riesgo. Es una cuestión de honestidad y de contradicc­iones”, señala.

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ROS RIBAS Nao Albet e Irene Escolar en una escena de El público de Lorca

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