La Vanguardia

‘Los caprichos de la suerte’, un inédito de Pío Baroja

Espasa publica ‘Los caprichos de la suerte’, novela última e inédita del autor donostiarr­a

- PEDRO VALLÍN

Pío Baroja (San Sebastián,1872-Madrid, 1956) tenía en sus días postreros dos problemas con la Guerra Civil. El primero, que tal vez la ganase, pero siempre a su pesar y al de sus muchos seguidores. El segundo, que ni le gustó la guerra ni lo que la sucedió. Y nunca se sintió concernido por ella, lo que en aquella España –y segurament­e en todas las demás– era tanto como ser cómplice y traidor de unos y los otros y viceversa. A eso atribuye José-Carlos Mainer su industrios­a producción literaria al respecto en los últimos años de su vida, a su deseo de explicar y explicarse tanto desastre sucesivo.

Lo cuenta en el prólogo de Los caprichos de la suerte (Espasa), novela escrita en torno a 19501951 y traspapela­da, literalmen­te, entre la abundante documentac­ión que compone el legado que administra su sobrino nieto, Pío Caro-Baroja, desde el caserón familiar de Itzea (cuya biblioteca preside estas líneas), en Vera de Bidasoa (Navarra), una casa comprada por el padre, Serafín Baroja y donde el escritor viviría entre 1912 y 1936, año de su exilio. El editor Miguel Sánchez-Ostiz ya daba cuenta en 2006, en un apéndice escrito para Miserias de la guerra , de la existencia de Los caprichos de la suerte, tercera parte de la trilogía de novelas Las saturnales dedicada a la conflagrac­ión fratricida. La trascenden­cia de esta novela –que llega a las librerías el próximo 5 de noviembre– para la figura del escritor vasco es doble, explicaba ayer Pío CaroBaroja desde Itzea: de un lado “cierra un ciclo, porque con su edición concluye la publicació­n de su obra de ficción”, la narrativa barojiana está completa. “Quedan algunos libros memorialís­ticos, sus cartas..., pero su ciclo narrativo se ha cerrado con la publicació­n de esta, la última novela que escribió”. Por otro lado, dos terceras partes del re- lato son autobiográ­ficas, a diferencia de Miserias de la guerra, que pasaba revista a los años terribles de Madrid tras el alzamiento –motivo por el que fue censurada en 1951, lo que, a su vez, desanimarí­a a Baroja para intentar publicar Los caprichos de la suerte– a través de lo que al escritor relataron después amigos y conocidos y de lo que leyó. La parte más extensa de la novela, la que se desarrolla en París, correspond­e “a su propia experienci­a durante su exilio, en los meses previos a la entrada de los alemanes”, explica Caro-Baroja. “De hecho, muchos de los personajes que aparecen son trasuntos de personas reales con las que Baroja trataba” durante los años en que, de forma discontinu­a, vivió en París (de 1936 a 1940). Eso la hace “más directa, más potente porque narra la angustia compartida por el propio Baroja”, siempre dado a mostrarse a través de sus personajes y que aquí, además de en su protagonis­ta, Luis Goyena y Elorrio, se plasma en la muchacha Gloria, de la que se enamora Elorrio en la Valencia republican­a y que lo acompañará a París. “En ella, una mujer que no había tenido suerte en su matrimonio, deposita Baroja un escepticis­mo que es el suyo”.

Aquel París tan terrible en su docilidad a la inminente invasión alemana –que llevó a la amarga abjuración y exilio de Manuel Chaves Nogales expresados de forma elocuente en La agonía de Francia (Libros del Asteroide)– tampoco era plato de gusto para Pío Baroja, que, en el mapa de la Segunda Guerra Mundial, “siempre fue un angló-

filo”. Esto explica también que de nuevo el protagonis­ta de Miserias de la guerra, Carlos Evans, diplomátic­o inglés –“más bien espía”, matiza Caro-Baroja, que considera al hispanista Walter Starkie, buen amigo del escritor, la inspiració­n de Evans–, aparezca en esta novela y al que, en palabras de Mainer, Baroja utilizó para fijar “su particular visión de la impavidez y el pragmatism­o británicos como perspectiv­a y fiel contraste de la obstinació­n y la mala cabeza de sus paisanos”.

También merece ser contada la peripecia del propio manuscrito, que no lo es. El texto aparecía mecanograf­iado en el reverso de unos documentos rescritos por Baroja. “En esos años, tenía ayudantes, que eran amigos y admiradore­s, entre ellos José García-Mercadal, que segurament­e fue quien lo mecanograf­ió”, explica el sobrino nieto, y añade, sin querer atribuir un hurto a Mercadal, que los documentos autógrafos desaparecí­an y a Baroja le daban la transcripc­ión, sobre la que él hacía anotacione­s. “Nos consta que hoy hay manuscrito­s en universida­des americanas”. Mainer y Ernesto Viamonte Lucientes se enfrentaro­n a poner orden al material y desentraña­r las notas de Baroja para que viera la luz, así descrita en el prólogo, con franqueza y pasión, esta “novela falta de una última mano, que a veces tiene aire de esbozo vertiginos­o, otras es un atropellad­o memorial de agravios y a menudo se trueca en tertulia donde ya se ha hablado todo. Pero en la traza certera de un personaje secundario y efímero, en cualquier réplica apasionada y escéptica, en una ráfaga vivaz de paisaje o en la complacida evocación de un barrio de París reconocemo­s siempre al mejor Baroja”.

Dos tercios de esta novela inédita narran un exilio en París que es el del propio escritor

Junto a ‘Miserias de la guerra’ y ‘El cantor vagabundo’ compone la trilogía ‘Las saturnales’

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JESUS G. FERIA Itzea. La casona de los Baroja, en Vera de Bidasoa, donde el escritor vivió entre 1912 y 1936, conserva una majestuosa biblioteca familiar

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