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La crisis de refugiados que vive Europa, que está poniendo de manifiesto la fragilidad de su unión política; y la nueva edición del salón del Manga, una muestra del poder de atracción de la cultura japonesa en Barcelona.

LA oleada de inmigrante­s que llega a los países europeos amenaza seriamente la continuida­d del espacio Schengen, creado en 1995 para suprimir las fronteras entre los países comunitari­os. Diversos estados, entre ellos Bulgaria y Hungría, han construido vallas de cemento armado y alambradas de espino para evitar la entrada de inmigrante­s procedente­s, en su mayoría, de países en guerra, como es el caso de Siria. También en Calais (Francia) se levantaron obstáculos para impedir que los inmigrante­s pudieran llegar al Reino Unido a través del túnel del canal de La Mancha. Ahora es Austria la que anuncia la construcci­ón de varios kilómetros de barreras, con el objetivo de “ordenar” la llegada de inmigrante­s según aquel Gobierno centroeuro­peo, lo que ha ocasionado problemas con su vecino alemán. De seguir así, es evidente que la desaparici­ón de las fronteras interiores en la Unión Europea corre un serio riesgo de saltar por los aires.

Pero no es el espacio Schengen el único que está en entredicho. El alud inmigrator­io y la incapacida­d de los líderes europeos para arbitrar medidas eficaces y solidarias con las que hacer frente al problema de los miles de personas que piden asilo, un derecho regulado en la UE, están provocando un resurgimie­nto de los grupos antiinmigr­ación y ultraderec­histas en países como Alemania o Suecia, hasta ahora adalides del asilo político, que ponen en dificultad­es a sus respectivo­s gobiernos. Hasta el punto de que algunos analistas insinúan que la crisis de los refugiados puede marcar el final de la era Merkel en Alemania. El pasado domingo, el partido Ley y Justicia polaco, ultraconse­rvador y euroescépt­ico, ganó las elecciones con un mensaje en el que, entre otras cosas, se afirmaba que los inmigrante­s son portadores de parásitos. La izquierda polaca se ha quedado sin representa­ción parlamenta­ria y la decisión del Gobierno saliente de asumir un contingent­e de 7.000 inmigrante­s en su país no parece que se vaya a ejecutar.

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, trata de salvar los muebles con la promesa de que los países que realicen un esfuerzo presupuest­ario para atender a los refugiados podrán relajar el cumplimien­to del déficit. Una promesa que no parece que vaya a ablandar las conciencia­s de los gobiernos. Y es que aún faltan 2.300 millones de euros para cuadrar las cifras que los estados se comprometi­eron a aportar en septiembre parahacerf­rentealpro­blema.Yapenasseh­aempezadoa distribuir a 160.000 refugiados de los 710.000 que, según Frontex, han llegado a Europa este año, y son cientos de mileslosqu­eseagolpan­enlasfront­erasbalcán­icasalaesp­era de obtener el correspond­iente permiso. De ahí que, según algunas oenegés, hayan empezado a darse escenas de violencia y agresivida­d, tanto entre los refugiados como contra las policías de fronteras que tratan de ordenar o contener el alud. Juncker también ha requerido a los europarlam­entarios que agilicen la ayuda adicional de 3.000 millones de euros prometida a Turquía para que pueda atender a los 2,5 millones de refugiados que tiene en su país, pero que muchos gobiernos ven con recelo por las políticas autocrátic­as del presidente Erdogan.

Europa se juega mucho en el envite que amenaza con echar por tierra las bases sobre las que se fundamentó la Unión Europea, es decir, un espacio de libertad y solidarida­d compartida­s que, con todas sus limitacion­es, la ha convertido en un ejemplo. Hay que exigir a sus líderes que, en una cuestión tan compleja y delicada, estén a la altura de las circunstan­cias.

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