La Vanguardia

El cielo en la tierra

- FRANCESC PEIRÓN

La foto de esa niña corriendo desnuda –se había arrancado la ropa, le ardía– simbolizó el horror de la guerra de Vietnam. Sobrecogió al mundo por el sinsentido bélico captado en ese momento. Esa imagen fija, pese a que transmite el movimiento y dimensión de la tragedia, no permite discernir la profundida­d de las heridas. Pero su boca abierta y sus brazos extendidos dibujan la expresión de la agonía. Las tropas del sur lanzaron “por error” un ataque con gas napalm sobre la población de Trang Bang, cerca de Saigón, la capital de los aliados estadounid­enses.

Sucedió el 8 de junio de 1972. Han pasado 42 años y aquella niña de nueve años, Kim Phuc, se ha convertido en una mujer, cumplidos los 52, casada con Bui Huy Toan, madre de dos hijos –de 21 y 18 años– y residente en Ontario, Canadá, donde les dieron asilo a principios de la década de los noventa.

Esta semana ha reaparecid­o. Luce una enorme sonrisa por la esperanza que ha depositado en la doctora Jill Waibel, del instituto dermatológ­ico de Miami, y la promesa de que le curará gracias a una avanzada terapia con láser. “Durante mucho tiempo –confesó Phuc a Associated Press– he pensado que en el cielo no tendría cicatrices ni dolor. Pero ahora el cielo ha venido a la tierra para mí”.

La nueva oportunida­d de esta mujer, que ahora estimula a otra generación por sus ganas de vivir, se ha producido a los pocos días de la publicació­n de un libro que también es inspirador, aunque de lo malo y lo peor que representa­n los ejecutores del poder. Bob Woodward, el periodista que junto a Carl Bernstein destapó el Watergate y forzó la renuncia del presidente Nixon, persevera en el asunto que ha marcado su carrera.

Superado el volumen de Todos los hombres del presidente, escrito a cuatro manos con Bernstein en 1974, en su reciente The last of the president’s men (El último de los hombres del presidente) Woodward desvela un documento que resulta estremeced­or por el cinismo del personaje. Nixon concedió una entrevista a Dan Rather en la que afirmó que los bombardeos en Vietnam del Norte habían sido “muy, muy efectivos”.

Sin embargo, el presidente escribió esa misma jornada una nota a Henry Kissinger, su consejero de seguridad (luego secretario de Estado), en la que le dice: “K, llevamos diez años de un control aéreo total de Laos y V.Nam. El resultado = nada de nada. Hay algo equivocado en la estrategia”. A pesar de esta observació­n, Nixon ordenó incrementa­r los bombardeos. Según Woodward, “el ejército estadounid­ense dejó caer 1.100 toneladas de explosivos ese año, más que en toda la presidenci­a de Johnson”.

El documento está fechado el 3 de enero de 1972. Sólo unos meses antes de que Kim Phuc saliera corriendo con la boca abierta.

Durante más de cuatro décadas, en su vida ha tenido un compañero inseparabl­e: el dolor. Pasó largas temporadas haciendo ejercicios para mantener el movimiento de sus articulaci­ones. Todavía hoy su brazo izquierdo –muy afectado, como toda la zona del cuello y la totalidad de la espalda– no lo puede estirar como el derecho.

“Cuando era una cría me gustaba trepar a los árboles, como hacen los monos, coger las mejores guayabas y tirárselas a mis amigos”, comentó esta semana a los medios. “Después de las quemaduras jamás volví a subir a un árbol y no jugué más con mis amigos porque me resultaba muy difícil, estaba incapacita­da”, añadió.

Kim Phuc ha viajado a Estados Unidos y en Florida se ha reencontra­do con su ángel de la guarda, el fotoperiod­ista Nick Ut. “Le llamo mi tío”, dice ella de él. Nick Ut, hoy de 65 años, entonces enviado desde Los Ángeles por la Associated Press, guarda un recuerdo imborrable de cómo vio aparecer a aquella niña gritando: “Quema mucho, quema mucho”. La puso en la furgoneta de la agencia, donde ella se encogía mientras le caía la piel a trozos y sollozaba: “Me muero”.

Regresó a su despacho de Saigón, donde reveló sus negativos, y ahí estaba la fotografía de esa niña –con la que ganó el Pulitzer–, a la que se le quemó más de un tercio del cuerpo. A diferencia de las quemaduras normales, el napalm produce un calor en las víctimas que es irrefrenab­le. A la doctora Waibel, que ha ofrecido gratis su servicio impresiona­da por la historia de Phuc, le ha sorprendid­o que sobrevivie­ra. Mediante el láser irá rellenando con un fármaco para reconstrui­r el tejido.

Ya ha superado la primera sesión. A cualquiera le habría dolido. A ella no, tan acostumbra­da como está a sufrir. “Soy optimista”, respondió cuando le recordaron que deberá superar unas cuantas sesiones más, por un periodo de cerca de un año. “Estoy feliz”, subrayó. “Incluso duermo”, bromeó.

A su lado, sacando fotos, su tío Ut.

En el mismo 1972 Nixon reconoció lo inútil de los ataques aéreos, pero ordenó incrementa­rlos

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NICK UT / AP

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