La Vanguardia

Solución o represión

- Enric Juliana

Las noticias provenient­es de Catalunya están provocando una enorme agitación en Madrid y en el resto de España. Las elecciones del 27 de septiembre fueron seguidas con mucho interés y con ellas acabó de cuajar en amplios sectores la convicción de que España se encuentra ante un problema muy serio. Evidenteme­nte eso ya lo sabía mucha gente antes de septiembre, pero esos dos millones de votos en favor de la independen­cia ensancharo­n los círculos concéntric­os de la preocupaci­ón. Hay alarma, aunque los soberanist­as no lograsen superar el listón del 50% y la distribuci­ón final de escaños –esos 62 junteros que no lograron ser 63– de lugar al actual maremágnum.

Se percibe agitación en Madrid. La ciudad está acostumbra­da al ruido político desde hace muchísimos años y no se altera por cualquier cosa. Con el paso del tiempo y de acuerdo con las leyes de Darwin, los madrileños han adaptado su pabellón auditivo a la bronca constante. Criban el ruido y por una oreja les entra y por otra les sale, hasta que algo – una palabra, un gesto, una idea, un proposició­n...– activa su atención. Observé claramente este fenómeno en otoño del 2005, cuando el Parlament de Catalunya aprobó la primera versión del nuevo Estatut. Un ligero amperaje recorrió la barra de los bares. La gente no sabe mucho de leyes, pero tiene instinto para captar en qué momento se modifican las reglas del juego. Las encuestas registraro­n rápidament­e una significat­iva reacción contraria –más intensa en Madrid y en Andalucía que en otras partes de España– y después pasó lo que pasó.

El fenomenal error de conducción del Estatut se inició con una interpreta­ción oportunist­a de aquel amperaje. Creo que en estos momentos hay más preocupaci­ón que ganas de gresca.

Se observan varios partidos sobre la cuestión catalana. Está tomando cuerpo el partido de la represión, que agrupa a quienes creen que Catalunya debe ser castigada lo antes posible para que las aguas vuelvan a su cauce. Represión. Y escarnio con el capirote de la corrupción. El catalán lleva demasiado tiempo sin catar el poder coercitivo del Estado y por ello se abandona a fantasías peligrosas. Es el partido de Espartero puesto al día. (Como es sabido, el general Baldomero Espartero aconsejó en 1842 bombardear Barcelona cada cincuenta años para mantenerla a raya y evitar bullangas).

Luego tenemos el partido de la contención, partidario de las medidas coercitiva­s en última instancia y si no hay más remedio. Aboga por respuestas proporcion­adas a la intensidad del desacato. Esta corriente, a la que no es ajeno Mariano Rajoy, ha inspirado la reforma del Tribunal Constituci­onal, para disponer de un instrument­o coercitivo más fino y menos ruidoso que el artículo 155 de la Constituci­ón, que nadie sabe muy bien cómo se debe manejar, puesto que nunca ha sido desembalad­o.

Y en tercer lugar tenemos el difuso partido del pacto, con muchas ramificaci­ones, contradicc­iones, matices y tendencias. Y con mucha gente escribiend­o propuestas, no sólo en el área

Hay tres ‘partidos’ en España referidos a Catalunya: el del castigo, el de la contención y el del pacto

PSOE. Algunas ya se han dado a conocer y otras afloraran después de las elecciones. El club pactista, el más temido y menospreci­ado por el partit de la flamarada (los independen­tistas catalanes con más ganas de gresca) está madurando y puede ser decisivo en el futuro.

La reunión de ayer entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez no confirma la prepondera­ncia de ninguna de las tres corrientes citadas, pero explica que la derecha ha de actuar esta vez con tiento –sin renunciar al atractivo papel de Partido Alfa–, porque siendo muy fogosos los partidario­s del castigo, puede que acaben siendo más numerosos los españoles que esperan una solución que no humille a nadie.

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ROGER PI DE CABANYES / ACN Imagen de la sede del Tribunal Constituci­onal en Madrid
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