La Vanguardia

¿Dónde están los vascos?

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En los tiempos de la feliz adolescenc­ia, los Galeusca eran la metáfora de la idea mítica –e ingenua– de la solidarida­d entre pueblos. En común, un Estado monolítico, monolingüe y monotodo, compilado en una larga historia de agresión a las identidade­s nacionales. De ahí nacía una simpatía mutua entre pueblos, que auguraba frentismo. Franco ya había iniciado su camino hacia el Valle de los Caídos, allí donde algunos meditan para ver la luz, y el horizonte alumbraba cambios de gran calado. Era el momento de unir esfuerzos, alzar nuestras gramáticas diversas y decirle al Estado que las naciones no habían sido derrotadas.

Y, a pesar del ruido de sables, los aires de democracia venían imparables.

Sin embargo, pronto, que fue muy pronto, lo de Galeusca dejó de ser todos a una y se quedó en los huesos. Los intereses de cada nación no sólo no eran iguales, sino que se sobreponía­n para mal de uno u otro, y en aquellos días frágiles, el verbo negociar exigía mucho cainismo y poca solidarida­d. Es cierto que los vascos fueron mejores

¿Dónde están los vascos? Donde siempre estuvieron cuando toca la música catalana: en ninguna parte

negociante­s, aunque también lo es que lo suyo era más fácil, eran menos, pesaban menos en el PIB español y, además, había unos jóvenes bárbaros con pistolas por las montañas que marcaban la agenda. No seamos ingenuos, tuvo su peso... Pero, nobleza obliga, consiguier­on mejores acuerdos, y si ello fue así, bien para ellos y mal para nosotros. Galeusca nunca fue verdad, más allá de los mitos literarios y las fantasías románticas que empanaban nuestros sueños patrios.Y luego, la andadura de estos años, con los vascos negociando en las esquinas cada vez que los catalanes nos poníamos estupendos, nos ha recordado con dureza hasta qué punto los catalanes estamos solos. Baño de realidad.

Desde esta perspectiv­a, preguntars­e dónde están los vascos en estos días de ruido ensordeced­or es algo tonto. Están donde siempre han estado cuando toca la música catalana: en ninguna parte. Catalunya mueve pieza soberana –después de intentarlo todo– y en lugar de llegar la política, llega la marabunta: estallan las portadas de la prensa irredenta, suenan ruidos de suspension­es autonómica­s, juzgan a presidente­s por poner urnas de cartón, y en los desayunos de todo Madrid algunos mentan a los tanques. Y ellos, callados. Sinceramen­te, ¿no tienen nada que decir? ¿Nada de nada de nada? Y con “nada” me refiero a palabras que resuenen en el ágora pública y no a susurros de amigos. Que todo el mundo hable de Catalunya (en general, para dejarnos a caldo) y que en el País Vasco todo el mundo calle, intelectua­les, políticos, nombres propios..., ¿nadie? ¿No les incumbe que, con la excusa de Catalunya, se estén cargando la democracia española? ¿No les afecta la falta de respeto hacia la voluntad popular catalana? Y por último, ¿responde el silencio a algún tipo de pacto fuera de taquígrafo­s? Sea lo que sea, ¡qué soledad, la catalana!

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