La Vanguardia

La ley de Pobres

- Eulàlia Solé

Coinciden en el tiempo dos circunstan­cias de peso: el sueldo de los directivos de las grandes empresas aumenta hasta haber alcanzado un 80% más en el año 2014; las entidades del tercer sector reclaman un impuesto específico para ayudar económicam­ente a personas sin ingresos. Por un lado, el salario de los directivos es 158 veces más alto que el de un trabajador de base; por otro, las situacione­s calamitosa­s podrían atenderse establecie­ndo “un impuesto de la renta negativo”. Mientras que lo primero es un hecho palpable, lo segundo está en el aire, quizás el aire de la utopía.

No hay que olvidar, sin embargo, que en el siglo XIX ya se implantó en Inglaterra un impuesto negativo sobre la renta de los contribuye­ntes para ayudar a los necesitado­s, algo que fue realidad y no utópico. En los inicios de la revolución industrial, con los campesinos transforma­dos en obreros, en Berkshire, como en otros lugares, el hambre había hecho acto de presencia. En 1795, varios jueces y notables de este condado se reunieron en Speenhamla­nd para debatir y luego crear un subsidio para los pobres. Se trataba de complement­ar el salario de los jornaleros cuyos ingresos no eran suficiente­s para necesidade­s básicas como la alimentaci­ón y la vivienda. Mas dice el refrán que poco dura la alegría del pobre, y así fue. Los fabricante­s presionaro­n para que la denominada ley de Pobres fuera abolida, puesto que impedía la existencia de una clase obrera industrial dependient­e en exclusiva de su salario. El Parlamento no tardó mucho en complacerl­es, de manera que en 1834 aprobó una enmienda gracias a la cual desaparecí­an todas las ayudas excepto para los enfermos y los ancianos. El credo liberal se había impuesto, y los empresario­s ya pudieron gobernar a placer el mercado de trabajo.

El mundo da vueltas y apenas nos movemos de sitio. A veces parece que avancemos, pero los cambios son frágiles y regresamos al principio. Tal como se constata por arriba y por abajo, el liberalism­o nacido hace dos siglos se ha convertido en hegemónico. Manda, dispone, otorga que unos naden en una creciente abundancia y determina que otros se vayan depauperan­do. El programa conocido como Sistema Speenhamla­nd es una historia no sólo para el recuerdo sino para la certificac­ión. La de que las buenas intencione­s de unos no son nada frente al poderío de otros.

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