El autor y la novela
Pío Baroja y José Ortega y Gasset: dos personalidades que ala altura de 1924-1925 polemizan en torno a la novela, su carácter y su naturaleza, sus señas de identidad y su porvenir. Ortega, es obvio, no es novelista, pero sienta cátedra estética y crítica acerca de las letras en las columnas de El Sol y en las páginas de la Revista de Occidente. Baroja es el novelista en activo con mayor equipaje narrativo (también el más canónico), y se sabe reputado por la crítica: “Si no he tenido grandes éxitos de venta, he tenido, en cambio, consideración entre los literatos y se han ocupado de mí escritores como Azorín, Ortega y Gasset, Gómez de Baquero, Xenius…” (1918). Reflexión que, por cierto, olvida a quien hasta esos momentos había sido uno de sus mejores críticos, el catalán Alexandre Plana, que en la sección que mantuvo en La Vanguardia, “Las ideas y el libro”, entre 1915 y 1918, se había ocupado de Baroja en media docena de ocasiones.
Los aprendizajes de Baroja están guiados principalmente por los escritores realistas, pero también sus odios tienen que ver con la poética en boga en la segunda mitad del XIX. La reiteración en el nombre de algunos escritores como narradores predilectos y el silencio de otros es constante en su trayectoria. En el prólogo a La dama errante (1914) escribe: “Mis admiraciones literarias no las he ocultado nunca. Han sido y son: Dickens, Balzac, Poe, Dostoeivski, y, ahora, Stendhal”, mientras que en el prólogo a Páginas escogidas (1918) repite: “Mis escritores favoritos han sido Dickens, Poe, Balzac, Stendhal, Dostoievski y Turgueniev”. Los silencios más clamorosos: Flaubert, Zola, Tolstoi y Galdós; los menosprecios más significativos para con Valera y Clarín: Pepita Jiménez y La regenta son calificadas en el prólogo a La nave de los locos (1925) de “estrictamente pesadas y aburridas”.
Otra invariante de su pensamiento sobre la novela radica en que su materia es la vida: “La materia es la vida con todas sus manifestaciones”, según escribe en 1918, insistiendo en una apreciación de años atrás, 1903, cuando sostenía: “La vida nos parece lo primordial; creemos que el arte tiene su objeto en el arte, y su fin en la vida”. Baroja no se sintió atraído por la mimesis realista y sin caer en tergiversaciones de la misma –como haría Ortega en Meditaciones del Quijote–, se limitó a unas consideraciones que seguramente hubiesen compartido Flaubert, Zola o Clarín. En la solemne ocasión del Discurso de ingreso en la Academia Española –12 de mayo de 1934– y con el título de La formación psicológica del escritor, que no es otra cosa que el relato de la experiencia de una vida, dedica escaso tiempo a la poética de sus novelas; “Me considero, dentro de la literatura, como un hombre sin normas, a campo traviesa, un poco a la buena de Dios”.
De la baraja de novelas posibles después de la crisis de la poética del gran realismo decimonónico, eligió un camino singular, de recodos y meandros de geografía bien diversa. Dos escritores imprescindibles de las letras peninsulares del siglo XX y lectores conspicuos de la obra barojiana nos han legado juicios diferentes y complementarios, que ponen de manifiesto además que la novela –Baroja dixit en 1918- “es un saco donde cabe todo”. Josep Pla siempre creyó que Baroja se había equivocado escribiendo novelas porque “hauria pogut ésser el més gran memorialista de la literatura castellana de tots el temps. Quant les seves obres es reduixen al que són en realitat, a una sucessió de paisatges, de figures i d’ambients, tenen una qualitat sensacional, única, insuperable, magnífica”. Camilo José Cela divagó en numerosas ocasiones sobre la obra novelesca de quien fue su mejor maestro. En 1949 acertó de pleno al escribir: “Pío Baroja tiene cien libros publicados, tiene todo un mundo para su uso personal, un mundo desbordado, proteico, tumultuoso, un mundo barojiano e impar, un mundo de arbitristas, de navegantes, de conspiradores, de misteriosas damas desgraciadas, de jóvenes a quienes el planeta les viene corto, y estrecho e insuficiente. Pío Baroja habla como un río que no cesa”.
Para Pla, Baroja “hauria pogut ésser el més gran memorialista de la literatura castellana de tots el temps”