Naturaleza efímera
Carlos Bunga interviene en la Capella Macba con una instalación cuyo destino más probable será su destrucción
Carlos Bunga (Oporto, 1976) es un artista poliédrico y complejo cuya obra se escurre entre los dedos ante cualquier intento de encasillamiento fácil. El suyo es un territorio fronterizo, azaroso y desafiante. Pintor de formación, expande su pintura fuera del cuadro y la materializa en instalaciones escultóricas y arquitectónicas destinadas casi siempre a ser destruidas ante los ojos del espectador. ¿Correrá la misma suerte la magnífica intervención que acaba de realizar en la Capella Macba? “No sé qué sucederá cuando finalice la exposición, pero tampoco es algo que me preocupe en este momento. Estamos todavía en el proceso...”, confesaba ayer el artista.
Capella es la tarjeta de presentación de Carlos Bunga en Barcelona, ciudad en la que reside desde hace cuatro años, y el último de Bartomeu Marí en el Macba, que firma como comisario ya en condición de ex director del museo. Su relevo, Ferran Barenblit, encargado de hacer las presentaciones, se refería a la Capella Macba como “un espacio que encierra tantas oportunidades”, y lo cierto es que pocas veces, como en el caso de la intervención de Bunga, se había alcanzado tal grado de experiencia estética y conceptual. Acaso porque Bunga es un artista al que le ha interesado siempre la especificidad del sitio, en este caso un edificio pensado para el culto católico en cuya nave central levanta una imponente construcción que se levanta a 16 metros del suelo a base de cartones, cinta de embalaje y pintura, materiales precarios que hablan de fragilidad y entran en colisión con los gruesos muros de piedra del recinto. La fugacidad frente a lo que parece inmutable, la temporalidad frente a la permanencia.
“Bunga plantea también un debate sobre la naturaleza actual del espacio público”, señala Marí, a quien las arquitecturas efímeras del artista –“en su esencia lleva ya implícita su destrucción”– le llevan a pensar en los castells, “una expresión perfecta de arquitectura efímera sustentada por la fragilidad de unos cuerpos que se necesitan unos a los otros”. La intervención de Bunga cuenta aún con otras dos piezas: Espacio invisible, que nos desvela a través de sendos monitores el desván del edificio, entre el techo y el tejado, una visión de otra manera inaccesible para el visitante, e Intento de conservación. Esta última se ubica en el ala renacentista de la Capella y consiste en un “injerto pictórico” en la pared, que pese a su condición efímera protege por un cristal, cuestionando la propia función del museo. “Ponemos mucho empeño en conservar las cosas, pero la no permanencia, la transitoriedad forma parte de nuestro entorno y de nuestra condición de mortales”, reflexiona el artista.
Bunga, que no trabaja a partir de un plan previo, sino que hace crecer las obras a pie de obra, sin saber qué va a pasar –los dibujos vendrán después–, cierra a modo de epílogo con una sala de lectura en la que ha reunido las obras y los autores que más le han influido.
La exposición está comisariada por Bartomeu Marí, ya en calidad de exdirector del museo