La Vanguardia

La ciudad humillada

- Cristina Sen

La prostituci­ón es violencia física, económica y social. Los hombres que van de putas no compran sexo, sino que practican la violencia. Las palabras de Sonia Sánchez, que hace unos días entrevista­ba este diario, se me han quedado dentro y ya no pueden salir. Una activista argentina que lucha por la abolición de la prostituci­ón porque ella fue puta, un objeto sin derechos que vivió una tortura hasta que se rebeló contra un estado machista y proxeneta, explicaba.

El machismo que sube y baja la Rambla (o se va a un burdel de Pedralbes) no va a preguntar a ninguna mujer si está allí por decisión propia. No le va a leer sus derechos ni va a tener en cuenta si hay una mafia detrás. La va a consumir, sin más. Y Ada Colau, mujer y alcaldesa, no lo puede permitir.

El Ayuntamien­to no puede así instalarse en la comodidad de argumentar que algunas mujeres son “trabajador­as sexuales” por voluntad propia. Necesitan, sin duda, pagarse la vida, o las deudas, la comida, un techo. Pero es obligado en una institució­n pública plantear soluciones más allá de dejarlo todo al albur de una especie de neoliberal­ismo machista.

Este no es sólo un debate sobre la Rambla, sobre cómo ha de lucir este paseo principal y referencia­l de la ciudad. Es un debate sobre la dignidad de las mujeres y de la sociedad entera. Mientras haya una sola Sonia –que hay muchas– violentada en la calle o en una habitación, alguien que sienta que es un objeto de uso, es obligación de los poderes públicos actuar. Y dirigirse a los hombres que van de putas, porque este no es el oficio más antiguo del mundo, es el abuso más largo y abyecto.

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