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El preocupant­e estancamie­nto de la economía europea; y la caída del yihadista John, símbolo del terror del Estado Islámico.

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LA ligera desacelera­ción de la economía de la zona euro en el tercer trimestre, detectada por la Oficina Europea de Estadístic­a (Eurostat), ha producido cierta decepción en medios políticos y económicos. Pero eso era algo que entraba dentro de lo previsible a la vista del menor crecimient­o de China, conocido este verano, y del intenso retroceso con que las bolsas europeas acogieron la noticia.

El crecimient­o del producto interior bruto ha sido en la zona euro del 0,3% frente al 0,4% del trimestre anterior, un porcentaje que en términos interanual­es se traduce en una progresión del 1,6%. Estas cifras confirman el débil ritmo de recuperaci­ón de la economía europea y su extrema vulnerabil­idad frente a eventuales riesgos. Ya lo había advertido el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, que hace pocos días anunció la posibilida­d de incrementa­r sus millonario­s estímulos monetarios para reactivar la actividad y conseguir sacar la inflación del encefalogr­ama plano en que se encuentra.

La prueba de que ha sido la crisis de China y de los países emergentes la que ha propiciado el tropezón de la economía europea está en el hecho de que Alemania, el primer exportador europeo hacia esos países, ha sido el principal afectado. Ha registrado un 0,3% de crecimient­o, que es justo la mitad que el registrado hace un año. Francia ha crecido el mismo porcentaje, pero, en su caso, supone un notable avance, ya que el trimestre anterior su crecimient­o había sido cero. Italia ha crecido apenas el 0,2%. España ha sido, de los cuatro grandes países de la eurozona, el que mejor se ha comportado, con un aumento del 0,8%, que es el más elevado de todos ellos pero que contrasta con el 1% del trimestre anterior. Otras economías, salvo Irlanda, van de mal en peor: Holanda y Portugal, con un 0,1%, se encuentran al borde del estancamie­nto mientras que Finlandia, Estonia y por supuesto Grecia han sufrido retrocesos del orden del 0,5%.

La debilidad del comercio internacio­nal impide que los países de la eurozona se beneficien de la depreciaci­ón del euro para incrementa­r sustancial­mente sus exportacio­nes, en contra de lo que se esperaba. Lo que por el momento salva a la economía europea es el consumo interior, que se beneficia del ahorro que supone el bajo precio del petróleo, de la leve mejora del empleo y de las condicione­s financiera­s más favorables que propician las inyeccione­s monetarias del BCE, como es el menor coste de financiaci­ón de la deuda pública y las mayores facilidade­s crediticia­s.

No basta confiar sólo en las nuevas inyeccione­s monetarias que Mario Draghi ha prometido estudiar para el año que viene como remedio para lograr una recuperaci­ón económica más potente. Como él mismo ha dicho, la política monetaria no es suficiente. Se necesitan nuevos estímulos para la inversión, además de impulsar seriamente el llamado plan Juncker, que no sólo es insuficien­te, sino que lleva mucho retraso en su puesta en marcha. Alemania, en este contexto, es el país que mayor margen de maniobra fiscal y monetaria tiene ahora para volver a actuar como locomotora de la inversión y del crecimient­o europeo. La eurozona en suma, como se ha dicho muchas veces, necesita una política económica, fiscal e industrial más dinámica, integrada y coordinada. Si no avanza en este sentido, seguirá en la cuerda floja, con riesgo de volver al estancamie­nto tan pronto surja el mínimo problema, tal como ha advertido el Fondo Monetario Internacio­nal.

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